Introducción histórico-social al movimiento de la Autonomía Obrera

  -Bueno, alguien tiene que empezar y decir buenos días, entonces lo improviso yo. Ya sabéis el título de las jornadas, de la autonomía obrera al antogonismo difuso. El enfoque también es conocido. Hoy será una parte más histórica con menos debate, y mañana una parte de actualidad en la que habrá más debate. Las intervenciones que haremos hoy serán muy breves, para que puedan ser un prólogo a las experiencias concretas que es lo que interesa. Carlos hará el marco general y yo haré un breve inciso sobre la teoría.

 


  -Buenos días. Yo haré un repaso rápido sobre el contexto histórico de las luchas autónomas de los años setenta y ochenta, más para plantear cuestiones que puedan suscitar preguntas o debate, más que entretenerme en la narración histórica de hechos que son todos muy similares y como luego habrá las dos experiencias concretas de Vitoria y del puerto, entonces daría más juego para ver el tipo de organización y cuáles eran las prácticas concretas en ese periodo.

Los precedentes del movimiento autónomo se pueden meter en los años sesenta en las primeras luchas en las fábricas, que son los primeros momentos en que aflora una resistencia articulada a la dictadura. La constitución de CCOO, que pasa por ser el resultado de un proceso autónomo, hay que cuestionarlo porque estaban fuertemente influenciadas por la táctica del momento del partido comunista. Es decir, el PC planteaba entrar en los sindicatos verticales y propiciar la autoorganización de movimientos de base sobre todo en las minas, en concreto en la mina de la Camocha que es donde nace la primera comisión obrera, los promotores, no todos, eran gente con vínculos en el partido comunista. Pero había este germen espontaneísta. A finales de los sesenta, ya constituidas las comisiones obreras, comienza un desgaste y una desvinculación de algunas escisiones de tipo político dentro del marco estalinista, maoísta, pero también tendencias autónomas, un cuestionamiento de la forma de la representación sindical, de la sumisión al partido, una autoafirmación de los trabajadores y, como elemento de representación básico, la asamblea. Es así como en los años setenta hay bastantes movimientos espontáneos, huelgas generales que se convocan en diversas ciudades, en Vigo, Ferrol, Pamplona, en muchas se saldan con muertos, porque las cargas policiales se hacían con pistola. Las convocatorias de huelga general venían avaladas muchas veces por los aparatos políticos, básicamente el aparato hegemónico entonces era el PC, pero no eran movimientos monopolizados por el PC, sino que había un componente de espontaneidad muy elevado, que era lo que hacía que se constituyeran esos otros núcleos que cuestionaban la hegemonía y las formas vinculadas al PC y a CCOO.

En la primera mitad de los años setenta se crea un clima general de ingobernabilidad y de radicalización de las luchas. Es decir, la represión hace que las luchas se continúen más allá de las previsiones de los gestores políticos de la oposición. Entonces, se entra en una dinámica en la que hay una situación real de ingobernabilidad por parte del estado. A ello se une la propia descomposición interna del franquismo tardío, en la cual incluso hay algunos muy relevantes empresarios como Duran Farell y presidentes de algunas patronales que abogan por una apertura democrática, por el reconocimiento de los sindicatos. En concreto Duran Farell entra en contacto con CCOO y se presenta el reconocimiento de la representación del orden sindical, aunque estaba en la clandestinidad, aunque era ilegal, pero hay un reconocimiento por esas facciones más dinámicas, más modernas, del capital. El hecho es que durante todos estos años, casi hasta finales de los setenta, hay un ciclo en el que la productividad va sistemáticamente por debajo de los aumentos salariales. Esto es la tónica general y lo que contribuye a acentuar la crisis política y económica y social que vivía el estado español. En la oposicion, el PC y las CCOO se ven en una situación de equilibrio bastante difícil, porque eran las únicas entidades articuladas en la oposición, con una red bien establecida, con una capacidad de convocatoria real pero minoritaria, porque la oposición al franquismo tampoco fue tanto como ahora nos quieren hacer creer los periodistas, pero era la única fuerza articulada y con capacidad de movilización real. Pero esa capacidad de movilización se limitaba a esto, a la capacidad de movilización, porque después la recuperación del conflicto ya no estaba tan claro, se le iba de la manos.

Esta era otra de las características de este periodo: los aparatos políticos establecidos, aunque estuvieran en la clandestinidad, lanzan las luchas pero las luchas no son reconducidad por estos propios aparatos; siempre, si se convoca un huelga, quedan unos flecos o se permanentiza más allá del tiempo que se había planificado por los gestores de la oposición política. Esto hace que el PC y CCOO estén continuamente jugando al control, por un lado propiciar movimientos que hagan presión sobre el aparato en descomposición del franquismo tardío y que no se les fuera de las manos por la izquierda; estaban en una posición comprometida y a veces se daban situaciones muy curiosas.

En 1975, como consecuencia de esta indisciplina laboral generalizada que había, sobre todo en los centros industriales, el gobierno da un decreto de regulación salarial que viene a evidenciar lo que era la debilidad del propio régimen, porque es un decreto que pretende disciplinar a la clase trabajadora y en concreto controlar los aumentos salariales y lo que ocurre es todo lo contrario: hay un estallido que desborda por todos los sitios este decreto. La realidad práctica del movimiento va más allá de las pretensiones e incluso de la capacidad represiva desde el estado y organizativa desde la propia oposición. Es cuando estallan los conflictos en esta segunda mitad de la década de los setenta en Castellón, construcción en Madrid, metro en Madrid, Roca, Renault en Valladolid, y lo de Vitoria en el país Vasco, calzado en Alicante. Era curioso porque son composiciones obreras muy diferentes. La de valladolid era gente que trabajaba en la cadena fordista, el automóvil, en Alicante era diferente: la gente de la piel, el calzado, allí la producción estaba deslocalizada en las familias, era trabajo casero, se externalizaban los procesos de fabricación de los zapatos y zapatillas deportivas. Entonces aquí también se dan movimientos muy fuertes, con asambleas, recuerdo una asamblea en un estadio de fútbol de Alicante que estaba lleno de gente. Todo esto se da simultáneamente a los intentos acelerados por parte de la oposición política. Ya entonces habían entrado los dineros de la fundación Eber (?), se había construido a toda prisa el PSOE e intentan PC y PSOE propiciar el pacto con los aperturistas del franquismo: Suárez. Esto se precipita, son procesos muy rápidos, en el contexto de indisciplina e ingobernabilidad cada vez mayor.

Se llega a marzo del 76 que es el punto de inflexión del movimiento autónomo que es Vitoria. En Vitoria ya hay una manifestación clara de represión, un intento claro de aterrorizar por la vía del ametrallamiento, es inducir un clima de terror entre los sectores autónomos indisciplinados. Y, paralelamente, los sindicatos en la clandestinidad, CCOO y UGT, preparan una jornada simbólica de lucha en noviembre del 76. Lo que intentan con este alarde es poner de manifiesto que son capaces de controlar el movimiento obrero, que son capaces de gestionar la conflictividad social y, por tanto, que sirve como un elemento de presión para precipitar el pacto, las conversaciones que ya estaban llevando la oposición democrática, la plataforma democrática y la junta democrática que ya se habían unido, con los franquistas reformistas que encabezaba Suárez. Entonces esto es un hecho bastante significativo porque hay un cambio táctico por parte de CCOO y UGT, un punto de inflexión bastante significativo, porque se pasa de la convocatoria de huelga a la institucionalización de la jornada de lucha: un día de demostración de fuerza ante la negociación. Esto les salió medianamente bien o mal: en varios sitios esa jornada se convirtió en varias jornadas y en algunos grandes centros industriales en una ruptura mucho más acentuada en la cual se evidenció el papel de los sindicatos, aún clandestinos, como enemigos directos de los intereses de la clase trabajadora. Sin embargo, facilita y legitima en cierto modo la intervención de los aparatos represivos del estado sobre los movimientos autónomos porque los sindicatos de orden, CCOO y UGT, ya explícitamente comienzan el discurso de denuncia contra los "provocadores", los tópicos sabidos por todos contra aquellos que no obedecen las consignas emanadas de sus centros de decisión.

En 1978 ya han habido las primeras elecciones, el pacto de La Moncloa, pacto económico, político y social que firman los aparatos políticos, entre ellos el PC ya legalizado, pero los sindicatos no lo firman porque era un acuerdo estríctamente político, no sindical. Pero los sindicatos hacen una convocatoria pública de apoyo incondicional a este pacto. Básicamente, el pacto lo que persigue, que se traduce en lo que se refiere a las relaciones laborales en una serie de acuerdos como el acuerdo marco interconfederal, el acuerdo nacional de empleo, cada año los sindicatos, en colaboración con la patronal, elaboran una normativa para adecuar las relaciones laborales a las condiciones de explotación modernas capitalistas tal como funcionaban en Europa. Y aquí ya se define claramente lo que podríamos llamar el frente del orden político sindical contra el movimiento obrero autónomo. A partir de aquí ya viene el declive de las tendencias autónomas. Se inicia el proceso de reconversión industrial legitimado y avalado por los sindicatos mayoritarios y hay una confrontación clara entre los aparatos de orden político sindical y las tendencias autónomas: son los agentes directos del estado a nivel de planta y calle, es con quienes se da la confrontación directa más fuerte. Pero, en un clima en el que el auge de las tendencias autónomas ya había pasado van apareciendo nuevas luchas vinculadas no tanto a la reivindicación salarial como al mantenimiento del empleo y a la indemnización, son las luchas del Naval: Sestao, Cádiz, Ferrol, Gijón, Euskalduna, es la que más duró, los transportes urbanos de Madrid, la reestructuración porturaria que luego se explicará...

La base social del movimiento obrero en estos años 60,70 era de reciente experiencia industrial, de reciente emigración. En la década del 50 al 60 hay un millón de personas que emigran de las regiones más deprimidas a Madrid, Cataluña y el País Vasco. Entre el 60 y el 70 son dos millones los que emigran. Aquí mismo donde estamos, esta es la ciudad no capital de provincia más grande del estado español, tiene 400.000 hab. y en el año 50 no creo que tuviera más de 20.000. Hay también una urbanización precipitada y sumamente especulativa que hace que haya luchas no sólo fabriles sino de carácter más ciudadano, sobre servicios, transportes, etc. Y entre el 60 y el 75 hay 600.0000 personas que emigran a Europa.

Como elemento más reseñable a discutar, lo que define las tendencias autónomas es una lógica en el proceso de reivindicación, una lógica proletaria contrapuesta a la razón económica, a la razón del capital. En los procesos asamblearios se fijaban las cuotas de aumento salarial en función de los criterios que se iban manifestando por la gente que participaba en la asamblea; no se tenían en cuenta consideraciones como hoy: el IPC, no se había interiorizado de ninguna manera la lógica del capital. Este es uno de los elementos clave que explican esa indisciplina económica. El gobierno intentaba recuperar los aumentos salariales del 20, 25% vía inflación, como hacen siempre, pero esto acortaba y agravaba más el ciclo, antes de finalizar el convenio se desencadenaba la lucha por nuevos aumentos salariales. Esto era una espiral imparable. Otro aspecto muy característico es la representación directa, la no aceptación de la mediación de los aparatos de representación político-sindicales. Esto podemos verlo con una cierta reserva. Es curioso que donde se dan tendencias autónomas con más fuerza, virulencia y estructuración es en estas zonas de reciente industrialización y de composición social de proletariado de reciente experiencia industrial. Sin embargo, en las zonas de viejo movimiento obrero como las minas de Asturias, donde se mantiene una ligera continuidad histórica de la formación clásica sindical, UGT y CCOO que se hacen muy fuerte en seguida, es curioso que en esta clase obrera que viene del siglo XIX es donde inciden más las formas clásicas del movimiento y donde menos se detectan las tendencias autónomas. Era una situación, en la negociación, en la vida cotidiana de la fábrica, había lo que se podía llamar dictadura del proletariado porque las decisiones estaban a la zaga de lo que determinaba la iniciativa de los trabajadores en estos años.

También para caracterizar un poco lo que era la estructura social y productiva, en estos años la población activa rondaba en torno a los 13 millones de personas, de los cuales 7 eran población asalariada y de ésta, el tejido industrial en un 95 % era (y todavía hoy es) pimes, pequeñas empresas con menos de 15-20 trabajadores. De hecho las grandes movidas autónomas se dan allí donde hay una agregación relevante, sea vía fordista en torno al automóvil, sea en la construcción o en sectores estratégicos como el metro donde la capacidad de presion era muy fuerte, también la comunidad de intereses de ese colectivo era ponible de manifiesto fácilmente y estaban en condiciones de llevar a cabo luchas fuertes. En la pequeña empresa las luchas venían arrastradas un poco por las de estas grandes concentraciones industriales.

Ya para acabar, hablaría más de tendencias autónomas que de movimiento autónomo, no hay un movimiento, no se articula una coordinación entre los procesos asamblearios más allá de algunos momentos conflicitivos coyunturales, o quizá es un poco diferente en el caso del País Vasco y ya nos lo explicarán ellos. El contenido de la lucha era eminentemente reivindicativo salarial, era de carácter sindical aunque la forma no era sindicalista. No había un proceso de elaboración más allá de los asuntos salariales. Por último, como se habla mucho de la derrota, yo quisiera relativizar la noción de la derrota por varios puntos. Hay un hecho real: a pesar de que a partir de los 80 con la reconversión industrial el movimiento autónomo se transforma en pequeños sindicatos de base en la naval, Sagunto, pero a pesar de esta descomposición del movimiento, hay un pacto tácito y una extinción aceptada en cuanto ha habido una mejora de las condiciones generales de vida de la clase trabajadora en esos años, esto es un hecho palpable, e incluso sectores que habían participado activamente en estas luchas aceptan el pacto de transición democrática y dejan solamente aislado cada vez más a los sectores más anticapitalistas, a los segmentos que intentaban llevar el discurso un poco más allá del mero ámbito sindical reivindicativo. También una contribución a la desarticulación del movimiento vino en la represión directa, la reconversión selectiva y a los elementos más conflicitivos se les expulsa de los centros de producción aprovechando las regulaciones de empleo pero, también, en los sectores paradójicamente más concienciados, que iban más allá de lo sindical, que cuestionaban el trabajo y propugnaban la huída de la fábrica, la política de indemnizaciones que sigue la reconversión favorece que mucha gente tome el dinero y corra porque ya no quería continuar en la fábrica, veía la tónica que habían adquirido los acontecimientos, lo veían irreversible y se buscaban la vida, abandonaron la fábrica. Esta paz social tuvo un coste elevado, el de la reconversión, que se elevó en la primera fase a un billón de pesetas entre las indemnizaciones a las fábricas, a los trabajadores, el coste fue muy elevado. Luego, a partir del 86, con la integración en la unión europea entran fondos que permiten la gestión de esta paz social, de este potencial conflicitivo, pero esta es cuestión para discutirla mañana. Hay una creciente profesionalización de la representación sindical y con la articulación de las relaciones laborales homologándolas a los modelos capitalistas modernos se introducen unos elementos de complejización en lo que es la negociación de las condiciones de trabajo, de manera que se va generando una casta de especialistas dentro de los propios trabajodores, en colaboración con los gabinetes de abogados, asesores legales, que irá usurpando y detentando la representación. Hay unos intereses claros por parte de esta casta burocrática de monopolizar la representación y por otro lado hay un amplio margen de población asalariada que deja hacer, sin estar totalmente de acuerdo, la prueba es que nunca ha habido una afiliación masiva a los sindicatos, pero ya les estaba bien que las cosas fueran como fueran. Estas son un poco las limitaciones del movimiento, para verlo críticamente, y podía decirse que las tendencias autónomos en la primera mitad de los setenta, hasta la firma del pacto de La Moncloa, fueron un coadyuvante del pacto de transición, la transición se precipitó de una determinada manera porque los negociadores, los aparatos de la clandestinidad y los herederos del franquismo, tenían interés en hacerlo rápidamente porque aquello se iba de las manos.