Un paseo por el Foro Social Transatlántico

Hugo Romero

La tarea será la de reflexionar sobre cuál puede ser la verdadera vinculación entre esas manifestaciones multitudinarias y la tarea de reorganización política de la resistencia global al neoliberalismo.

Son muchos los que han señalado que con Génova terminó un ciclo dentro del movimiento de resistencia global. Esta impresión parece haberse confirmado en sus diversos encuentros desde entonces, en los que una capacidad de movilización más o menos elevada ha ido acompañada de una incapacidad bastante evidente para crear nuevas formas de contestación y de una contaminación cada vez menor entre los grupos que participan en las movilizaciones. Parece que todavía no hemos sabido hacer frente a la crisis abierta en Génova ni elaborar propuestas de organización adecuadas al estado de \x{201C}guerra global permanente\x{201D} que constituye la respuesta del Imperio a la crisis de legitimidad abierta por las luchas internas en su proceso de constitución y por el trabajo del propio movimiento.

Por eso, análisis como el que Ludovic Prieur realizó de la cita del movimiento en Bruselas, publicado por esta revista en su número anterior, resultan perfectamente válidos para los encuentros que hasta ahora se han realizado a propósito del semestre de presidencia española de la Unión Europea. La Cumbre de los Pueblos, organizada por el Foro Social Trasatlántico al hilo del encuentro de jefes de estado de Europa y América Latina, ha sido un expositor perfecto del estado de enquistamiento en el que este tipo de movilizaciones se encuentra.

Los talleres celebrados durante toda la semana bastan para ilustrar muchos de estos problemas: la escasa contaminación entre los distintos grupos que formaban parte del Foro se ha hecho evidente en la casi total desconexión de los talleres y las conferencias. Cada grupo había apostado por sus actos, había luchado por garantizar su cupo de presencia, y el resto ha sido indiferencia, cuando no tensión explícita. Evidentemente, esta actitud ha repercutido en la calidad de los talleres, que se han visto reducidos en muchos casos a meras denuncias de situación en las que el análisis ha sido sustituido por el victimismo y todo el séquito de reducciones que suelen acompañarlo (visiones maniqueas de conflictos complejos, exaltación de prácticas populistas y nacionalistas, ...) Por otra parte, este "corporativismo" de colectivos ha permitido el surgimiento de portavoces de facto que han dirigido las relaciones con los medios de acuerdo con intereses parciales.

En lo que se refiere a las movilizaciones, se ha producido una acumulación de manifestaciones (una por cada día del fin de semana), sin que quedara muy clara en la práctica la diferencia entre cada una de ellas. La celebrada con el nombre de "Reclama las calles" el viernes por la tarde perdía buena parte de su sentido original al limitarse a un recorrido legalizado que la convirtió en una procesión más al uso. Cabe preguntarse, de todos modos, si el verdadero problema no estará en el empeño de mantener la retórica de "tomemos las calles" cuando en las calles ya no hay nada que tomar, cuando su carácter de espacio público desaparece. Si el tránsito y el consumo son los dos ejes que atraviesan la calle en nuestros días, desde luego su "toma" no puede organizarse en la forma de una manifestación.

Mucho más dramático fue el escenario dibujado por la manifestación del sábado, cuyo objetivo explícito era servir de base a diversas acciones de bloqueo del lugar donde se celebraba la cumbre de jefes de estado. El recorrido legalizado apenas congregó a un millar de manifestantes y los famosos bloqueos proyectados se quedaron en la "leyenda urbana" que, en última instancia, eran. Cabe preguntarse durante cuánto tiempo seguirán condicionando el trabajo de los movimientos propuestas vacías basadas en una retórica de la desobediencia completamente desconectada de la composición real del espacio social en que se generan. La manifestación del domingo, que reunió a un número de personas que oscila entre las 50.000 que contabilizó France Press y las 100.000 de las que hablan los organizadores, representa la consolidación de la extensión del ámbito de incidencia del movimiento. Pese a tratarse de un número muy inferior al de los congregados en Barcelona, el número es un éxito si tenemos en cuenta la muy distinta capacidad de convocatoria de cara a movilizaciones de cualquier tipo de ambas ciudades y el distinto carácter de las dos "contracumbres". Si, como es de esperar, la reunión de Sevilla confirma esta consolidación, la tarea será la de reflexionar sobre cuál puede ser la verdadera vinculación entre esas manifestaciones multitudinarias y la tarea de reorganización política de la resistencia global al neoliberalismo. Desde luego, no se puede olvidar que en Barcelona y Madrid la pluralidad ha sido en muchos casos mera yuxtaposición de organizaciones con objetivos muy distintos. La instrumentalización de las movilizaciones por parte de partidos políticos y sindicatos y la presencia de reductos de lo peor de la vieja izquierda difícilmente compatibles con los proyectos del movimiento (los retratos de Stalin y Hugo Chávez en la Madrid se encargaron de recordárnoslo) son condiciones estructurales del éxito de estas manifestaciones y no pueden olvidarse a la hora de hacer una valoración.

Todo lo dicho, antes que servir de excusa para una crítica total a las condiciones para la acción política en Madrid, debería ayudarnos a pensar de nuevo la superación de un modelo de movilizaciones incapaz ya de provocar esa interacción entre conflicto y consenso que lo caracterizó en sus inicios. Como se ve comparando las manifestaciones del sábado y del domingo, conflicto y consenso han vuelto a situarse en su antigua posición de proporcionalidad inversa, y no es algo extraño en la fase actual de incremento de la represión ante cualquier forma de disidencia y de instauración de un estado de excepción permanente. La articulación del movimiento en redes locales y la constitución de una síntesis capaz de dar cuenta de la composición social del mismo, de su inserción en los mecanismos de producción social, y de cartografiar el sistema de explotación capitalista global son puntos de ruptura respecto de las dinámicas enquistadas.



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