el paracaidista nocturno
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Es la señal de saltar al vacío.

Es el salto, el vuelo en medio de la noche, sin saber...

Deformada la Estación de Francia: ésta es un espacio móvil, deslocalizado, en la carta toda la arquitectura de hierro está en movimiento, en un centrifugado loco del pasado. Toda la pasión decorativa del pasado estalla en un espacio que te habla de lejanía. Toda la pasión decorativa del pasado, de un pasado ligado al trabajo de humanos y máquinas, que desató antagonismos sociales irresueltos, diferencias de clase, de género, de raza, y los caminos de hierro que conducen hacia el otro lado del miedo, si no conducen al mismo.

El salto es hacer una locura. Es soltar lastre, dejar atrás. Conseguir lo imposible, como saltar de un tren en marcha saliendo de una estación cuyo espacio se ha curvado y te deja más cerca y más lejos de lo posible, porque eso precisamente es un nuevo espacio que se abre. Dar el salto. No ves lo que hay debajo, las superficies se confunden y se han roto los hilos que te ligaban a una serie de trayectos cotidianos.

El paracaidista nocturno no ve donde va a caer, no ve donde llega pero de alguna manera sí sabe lo que está dejando atrás.

Hay en el salto un cierto vértigo: reírte del miedo que la vida tendría que darte. La risa, la carcajada loca y sin cabeza indica un momento, un gesto, un acto soberano en el cual más allá de las relaciones de fuerza cotidianas, de los impedimentos que se oponen a la acción, consigues un salto hacia la noche. Un salto que te arranca del foco de luz del poder que ilumina y ordena y jerarquiza la realidad. Un acto soberano que te arranca de todo lo pesado y te desplaza violentamente hacia otro entramado de relaciones.

El peligro del paracaidista nocturno es pensar que el salto no tiene fin. El peligro está en el escapismo, en pensar que el salto en la noche puede durar toda una vida, que puedes quedar desligado de la vida en la vida.

Saltar depende de ti; puedes hacerlo con otros ("hice una locura porque la hicimos juntos"), pero es un paso que das siempre solo. La alegría puede ser compartida pero estás solo en el paracaídas. Estás solo en el paracaídas. De ahí que no sea un destino sino una abertura, un dinamismo esencial que pone en movimiento toda la arquitectura de hierro de una vida en la metrópoli.

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