Una soledad que el civismo reparte

La soledad de ellos

"Caballero de 53 años, 1,79 de estatura, con buena situación económica, que sólo tiene la compañía de su perrita Loyola, desea relación de amistad, cariño y compañía, con sra./srta. de hasta 50 años."
"Caballero de 53 años, 1,79 de estatura, con buena situación económica, que sólo tiene la compañía de su perrita Loyola, desea relación de amistad, cariño y compañía, con sra./srta. de hasta 60 años."

Dos semanas entre un anuncio y otro, 336 horas de soledad, le han persuadido de que no hay diferencia cualitativa en diez años más. No sabemos si hubo un tercer anuncio, pero podemos constatar que el aislamiento desperdiga y borra parapetos de las preferencias y vence las resistencias. Dos semanas hacen descender diez años en la jerarquía de los anhelos.
También hay ellos solos en la calle. Como las gotas de una lluvia corta que intentan caer en un charco para tener nuevas oportunidades, los indigentes urbanos pasean sus soledades taladradas. Son ángeles ojeadores que caminan con las alas bien plegadas en el carro de las sorpresas dominadas. No ponen anuncio, se presentan al mal rincón donde se juntan hojas, hormigas aplastadas, latas, palillos, cupones de la ONCE, alguna peseta de aluminio, klinex... y bolsas de fritos, ganchitos y doritos que, ya vencidas, se dejan hurgar.
La soledad de ellos persigue la sorpresa, que es hija del tedio y de la abulia, y también hermana de la impotencia. Pero lo peor de todo es que la sorpresa es lo que sobra del capricho de los otros. Y también nosotros somos los ellos de otros nosotros.

El tiempo situado

La soledad ha realizado su proyecto y ha encontrado su topos en el viaje espacial: despegue, simultáneamente, a la búsqueda de una sorpresa y hacia la plenitud de soledad. Una plenitud de soledad que exige e implica el máximo de la cooperación planetaria y la atención continuada de lo que siempre ha de estar a la vista. Cuando se dan posibilidades inéditas de relación y comunicación, cuando nunca antes ha habido tanta gente que conoce varios idiomas, que ha experimentado diferentes culturas, que disfruta de mestizajes, que dispone de una agenda con conocidos para cada una de las letras... entonces, lo que nos pica y molesta, el infierno que nos persigue, es la soledad.
La soledad ni nos persigue ni huimos de ella, tampoco es algo que nos suceda: es lo que estamos repartiendo. Y lo estamos repartiendo cuando nos ponemos autobiográficos, cuando, simples y previsibles como un impreso, nos preguntamos ¿cómo estoy de trámites?, cuando pensamos cuántos conocidos de muchos conocidos conocemos y cuántos son más nuestros que de otros conocidos. Y, sobre todo, repartimos soledad con nuestra capacidad de ahorro, y de hacer ahorrar a otros.
En el mundo del dinero electrónico las relaciones son oro. El cuerpo de la comunidad se vuelve oro. La comunidad es el mineral estratégico que, fundido, permite acuñar la nueva moneda electrónica. El estar unos con otros es transitar por una gran ceca que transforma y fija el fluir de la vida en formas de valor. Lo que va de unos a otros, sea de forma cableada o inalámbrica, pasa a ser recurso vital del nuevo dinero electrónico.
La comunicación, la expresividad, el palpitar del ensayo-error, el trato entre las personas, el discernimiento, la imaginación, las habilidades artísticas e incluso la modulación de las voces, ya son utilidades sociales y son capturadas como trabajo. Nos desenvolvemos en una movilización general de las competencias, habilidades y capacidades relacionales humanas.
No se trata sólo de identificar las inercias, generalizaciones y rutinas que tienden a formalizar y estandarizar las inteligencias e incluso a consensuar las imaginaciones, sino de que las relaciones se hacen líquidas. Las relaciones son traducidas a servicios: líquidos como el dinero contante y sonante.
Cuando la amabilidad con el cliente de tu jefe es productiva, cuando la felicitación te hace solvente, cuando con tu estilo compras futuro y opciones sobre tu puesto de trabajo, cuando estar unos con otros es devenir empresa y cuando la actividad y el éxito de la empresa consiste en vender primero lo que no tiene y comprarlo más barato para devolverlo, entonces la gran placa tectónica que sustenta la acuñación electrónica es la confianza. La desconfianza hacia habilidades y relaciones no capturadas como servicios es, también, lo que reparte soledad y te deja solo.
Sin obviar los pilares de fuerza y coacción física, el circuito del dinero electrónico se basa en la confianza, es decir, se basa en que la colectividad funcione como oferta presente y diferida de la propia vida, se basa en que la comunidad consienta continuadamente, llamándolo civismo, a que se experticen y gestionen las habilidades humanas. Para garantizarlo está el control.
Ese circuito es muy frágil, tiene una incertidumbre climatológica, los recursos vitales movilizados dependen de la disponibilidad a optimizar la propia subjetividad. Requiere una vida en crudo, recombinable, que quepa en cualquier guiso de relaciones. Y, principalmente, requiere que la colectividad sustente unas expectativas en simetría con la virtualidad de lo posible-imposible. Esta virtualidad es la propia, por ejemplo, del hacerse rico, de los videojuegos, del tener intimidad. En el videojuego se ejecuta una virtualidad que implica capacidades como leer, atención, reflejos, previsión... En el videojuego se puede ganar y perder muchas veces pero lo que pasa es imposible: fuera de la partida no damos esos saltos y no hay botón barre-obstáculos. Y sigues solo, como el traidor de Matrix, empleándote en que una virtualidad posible-imposible te seleccione.
No estamos solos. No estamos solos cuando insistimos en la virtualidad desafiante de lo imposible-posible, por ejemplo: la okupación y el dinero gratis. Virtualidad que se efectúa complicando las luces del sentido común, desautorizándolo. Las okupaciones son una virtualidad imposible-posible que se efectúa reinventando el espacio y muestra que el obstáculo es imaginario, que la propiedad privada sólo es un ángel exterminador hecho de papeles y asentimiento. El dinero gratis es una virtualidad imposible-posible que puede ejecutarse porque ya ha sido acuñado a expensas de nuestro desenvolvernos como humanos de servicio.
Remontar la soledad, repartida y vivida por vivir calcado a las relaciones-servicios, sólo se da cuando impugnamos el reparto cívico de atributos. Nos estamos solos cuando hacemos versiones del propio cuerpo y, crucificando la intimidad, mostramos que ésta no tiene ninguna vida. No estamos solos cuando atravesamos fronteras próximas e inmediatas. No estamos solos cuando la autoexpresión insumisa del cuerpo no es una pieza en el tablero de los derechos. No estamos solos cuando -como en un concierto de música electroacústica que no se deja tararear- exhibimos sensaciones, afectos... que no pertencen a la voz. No estamos solos cuando actuamos como neuronas que no quieren devenir cerebro. No estamos solos cuando nos resistimos a volcar las experiencias en el depósito de la memoria mediática. No estamos solos cuando nos movemos como neuronas que quieren registrar más y otras sensaciones que las que hacen sostenible un órgano y mantienen el parecido de un rostro.

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