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Seminario Centros sociales: ¡qué empresa! Más allá del gueto: un debate crucial.

Las ambigüedades aretinas

Angelo Zaccaria

Quiero dejar claro que me refiero al convenio promovido por el consorcio de investigación socio-económica AASTER de Milán, en colaboración con el Ayuntamiento de Arezzo, previsto inicialmente para abril y posteriormente aplazado, en el que iban a encontrarse realidades del voluntariado y del área de los centros sociales autogestionados (CSA), administradores locales y empresarios, sobre el tema de la empresa social, del autoempleo, del voluntariado y de los trabajos socialmente útiles, es decir, del sector de iniciativas asociativas y privadas sin ánimo de lucro, pero dotado de valencias empresariales y económicas nada irrelevantes, definido genéricamente "no profit" o "tercer sector". Este sector emplearía en Italia aproximadamente al 2% de la fuerza de trabajo, frente a tantos por ciento mayores aún en los demás países industrializados e invertiría en los campos más dispares (sanidad, representación sindical, tutela de los derechos, de los intereses difusos o del medio ambiente, cooperación internacional, servicios culturales, sociales y recreativos, enseñanza, asistencia, etc.).

Como base del planteamiento del convenio aparecería la constatación de que los CSA, más allá de la idea que tienen de sí mismos o de la costumbre de ocupar abusivamente abandonados, son esencialmente estructuras que operan en el campo de los nuevos derechos de ciudadanía o que producen o distribuyen, aunque en un circuito alternativo al mercado oficial, bienes y servicios tanto de consumo como de tipo cultural, recreativo o asistencial, dirigidos a una parte minoritaria pero masiva del universo juvenil. Por tanto los CSA serían de hecho aunque de manera un tanto original, empresas sociales y por consiguiente miembros de pleno derecho del sector "no profit", una parte sin embargo no reconocida ni tampoco tutelada por las autoridades públicas. A partir de este "no reconocimiento" el objetivo del convenio es poner cara a cara a los CSA con sujetos político-administrativos o empresariales dispuestos al diálogo, con el fin de comprobar la posibilidad de sinergia, formas de colaboración, proyectos comunes, etc.

Advierto que estas breves notas reflejan mi estado personal de confusión mental, así como la escasez de documentación referente al convenio, por lo menos de cuanto hasta ahora ha llegado a mis manos. Enlazando con este último dato puedo afirmar de todas formas que, frente a documentos ya distribuidos de corte más o menos sociológico, técnico-especialista o de investigación, ciertamente interesantes pero circunscritos, se nota la necesidad de contribuciones que toquen cuestiones más estrictamente políticas, que no son pocas, que el tema del convenio saca a relucir. Precisamente el carácter político del convenio, manifiesto por los temas propuestos, por las modalidades de promoción y por los interlocutores invitados, hace evidente esta necesidad, de la que, en mi opinión, deben hacerse cargo ante todo las realidades autogestionadas, invitadas o no. Esto no impide el hecho de que sería muy útil la contribución de los compañeros que participan en la promoción y en la organización del convenio. De hecho una primera incongruencia reside precisamente en el carácter aparentemente neutro de la carta de presentación, que es el documento principal al que haré referencia, frente a la extrema politicidad de los nudos puestos sobre la mesa.

Espero que lo que viene a continuación sea útil para estimular sucesivas profundizaciones.

Por lo que he podido entender, en el movimiento han surgido respecto al convenio de Arezzo cuatro actitudes principales.

 Una, probablemente en este momento todavía minoritaria, de quienes asumen una posición crítica porque:

Dentro de una parte de la izquierda institucional está madurando un proyecto de normalización de la experiencia de los centros sociales para canalizarlos hacia hipótesis de neo-voluntariado social y hacia la delegación sin condiciones a una determinada izquierda neo-frentista (del folleto 10 Settembre 1994, Velleità alternative, Turín).

Otra, creo también minoritaria, de quienes tienen un interés estratégico en los temas del convenio (autoempleo, no profit, welfare desde abajo, trabajo socialmente útil) y ven en estos algunos elementos importantes para la definición de un nuevo proyecto político antagonista adecuado a la época del posfordismo, entendiendo posfordismo como nuevo modelo productivo y social, basado en la incorporación masiva de las más sofisticadas tecnologías informáticas y comunicativas, en la descentralización productiva y la empresa en red, en la reestructuración del mercado de trabajo en dirección hacia la flexibilidad y la precariedad difusa (pido disculpas por la descripción aproximada).

 La tercera, ciertamente más extendida, de quienes con algunas reservas, acudirán genéricamente "a ver qué pasa", o de quienes tienen un interés en el convenio de tipo más táctico y ven en éste una posible ocasión útil para tejer alianzas políticas o sociales con sujetos con los que hoy, más allá de las diferencias, es conveniente mantener relaciones para responder mejor al ataque de las derechas y de los sectores de la llamada izquierda que cuestionan la supervivencia misma de las realidades ocupadas y/o autogestionadas.

Por último están quienes, y creo que no son poc@s, aunque están invitad@s al convenio, todavía no lo han discutido por las razones más diversas.

En general, creo que la participación efectiva en el convenio, en el caso de que se celebre efectivamente y más allá de las adhesiones formales, será bastante consistente. De hecho, en este momento, son bastante poc@s l@s que, más allá de las mil diferencias y matices, están tan segur@s de su propia trayectoria, o no tienen en la cabeza el riesgo mortal de la auto-guetización o el aislamiento como para rechazar a priori una ocasión para discutir más bien inusitada, en algunos aspectos, con interlocutores provenientes del mundo de las instituciones o de las empresas dispuestas al "diálogo" con los centros sociales.

Dicho esto partiré de uno de los enunciados principales que están detrás o sostienen la convocatoria del convenio: "formar empresa social por parte de las realidades autogestionadas puede ser una manera de estar, más allá de estériles moralismos o ideologismos, dentro y contra los procesos de modernización posfordista, al nivel más alto posible" (de Il Manifesto del 1 de abril de 1995, p.22). Me parece que esta posición puede resumirse en estos términos: los CSA deben partir de lo que son de modo objetivo y realista, es decir, estructuras que están en el mercado y logran ser competitivas en tanto sus modalidades organizativas internas, sus precios, así como los "productos" y los "servicios" que ofrecen son alternativos a los que propone el mercado oficial, ya que remiten a una concepción diversa de la cultura, del tiempo libre y más en general de la sociedad. Partiendo de esta realidad de hecho, los CSA pueden convertirse en lugares de experimentación de una nueva estrategia revolucionaria, basada en la utilización parcial de algunos instrumentos del mercado, para luego darles la vuelta y cambiar su sentido desde dentro.

En una entrevista publicada en estos días el economista Stefano Zamagni perfila un mercado de trabajo dominado cada vez más por la precariedad y la flexibilización y llega a acusar de egoísmo a cuant@s se oponen a este escenario aferrándose al fetiche del "empleo fijo para toda la vida" frente a los millones de parad@s.

Que el futuro que nos espera es éste no sólo lo dice Zamagni (que espero no obstante no crea realmente que va a convencer a nadie de que el motor de estos procesos es el altruismo intrínseco y la solicitud hacia l@s parad@s por parte del capitalismo maduro y no, por el contrario, las leyes del beneficio y de la competencia y las exigencias del mando sobre la fuerza de trabajo), lo confirma la reestructuración del sistema productivo y por consiguiente del mercado de trabajo que ya se ha producido extensamente en otros países más avanzados que el nuestro (véase los USA) y en marcha también en Italia desde hace casi veinte años.

Más allá de los caracteres contradictorios y parciales de la modernización capitalista, que de todas formas hoy no determina la desaparición de las relaciones tradicionales de trabajo, estar "dentro y contra" es en realidad la gran cuestión política que en esta fase histórica debe plantearse un movimiento que quiera definirse antagonista. De hecho, cada vez son menos l@s que esperan contrarrestar los procesos en marcha reivindicando la vuelta a los buenos tiempos de antes o deteniendo el curso de la historia. Las fuerzas que sostienen estos procesos (mundialización de los mercados, irrupción de las nuevas tecnologías) son tan fuertes y tan de dimensión planetaria que nadie puede pensar en oponerse a ellas partiendo de ópticas defensivas que hacen referencia a un modelo capitalista anterior, por ejemplo: la simple defensa del puesto de trabajo y del status quo en las empresas que cierran o despiden. Esto sería como si el movimiento obrero en sus albores, frente a la dificultad para contrarrestar al capitalismo basado en la gran industria, hubiera propugnado la vuelta a la manufactura o incluso al sistema artesanal. Todo esto obviamente no niega la importancia que siguen teniendo las luchas de resistencia para condicionar los tiempos y los movimientos del adversario, ni tampoco el hecho de que es más que justo y comprensible que en lo inmediato l@s trabajador@s luchen por la defensa de su puesto de trabajo, pero sólo hay que echar un vistazo a todas las grandes fábricas cerradas en el área milanesa en los últimos años para ver cuál es la perspectiva estratégica de estas luchas.

Por tanto, estar "dentro y contra" la modernización capitalista es verdaderamente la cuestión central. Y lo es con mayor motivo en la parte de Italia que se ha visto arrollada en mayor medida por los procesos de reestructuración productiva y del mercado de trabajo.

Sin embargo, todo consiste en ponerse de acuerdo sobre qué significa estar "dentro" y sobre todo qué significa estar "contra". De hecho, precisamente sobre estos nudos cruciales el documento de convocatoria del convenio de Arezzo, que sin embargo, como ya he señalado, tiene un corte muy sintético, "oficial" y por tanto no directamente político, contiene las mayores ambigüedades:

Independientemente de la citada autorreferencialidad de los sujetos, las prácticas y los lenguajes de los centros sociales autogestionados se acercan cada vez más a las culturas de la empresa, del trabajo autónomo y de los trabajos socialmente útiles que caracterizan a una parte relevante del panorama económico nacional, representando, por su parte, un posible fragmento paradójico del capitalismo venidero.

¿Qué significa esta afirmación? Así dicha parecería casi una provocación. De hecho, partiendo de estas palabras, estar dentro de los procesos de modernización capitalista aparece claramente, estar contra no aparece en absoluto, o por lo menos, yo lo he entendido así. Se trata sin embargo de una provocación estimulante y fundamentada materialmente.

Un convenio como el de Arezzo ni siquiera habría podido concebirse a falta de una serie de elementos que ya existen independientemente de éste. Las realidades autogestionadas italianas no tienen una identidad homogénea. En muchos casos aspiran a ser estímulos o encrucijadas de la lucha de clases que se extiende por el territorio, pero no siempre lo consiguen, a menudo por sus propios límites, otras veces acaso sencillamente porque la lucha de clases en el territorio no se extiende lo suficiente; en otros casos, donde la continuidad con las prácticas y las culturas de los movimientos de los años sesenta y setenta es menor, no sitúan esta aspiración en el centro de su propia identidad y cultivan en cambio la cultura de la "comunidad", de la autoproducción, de la "tribu urbana" o de la "banda"; en otros casos incluso las realidades autogestionadas se conciben a sí mismas sobre todo como lugar distinguido de la pureza identitaria, de la separación de las instituciones y del sistema; por último, en algunos pequeños centros de la provincia meridional, se distancian un poco de las diversas versiones del modelo "metropolitano", respondiendo a una exigencia más inmediata y cualitativa de agregación y socialidad en situaciones de desastre donde no hay nada aparte de la plaza o del paseo por la calle. Está claro que lo que acabo de hacer es una esquematización y que en muchos casos los diversos "modelos" y tendencias se entrelazan y conviven. En muchos casos, más allá de estas diferencias, excepto quizás en el penúltimo, sobre todo en los últimos años, bajo la presión de las amenazas de desalojo y del avance de la derecha, unido a la constatación de la propia debilidad y aislamiento políticos, o si no debido a la particular composición política presente en su seno, muchas experiencias autogestionadas han cuestionado algunas rigideces ideológicas poniendo en marcha revisiones de la propia línea de intervención y por tanto instaurando o aceptando relaciones más o menos conflictivas y contradictorias con las administraciones locales, con otras fuerzas políticas o con sujetos pertenecientes al mundo empresarial o simplemente con los propietarios de los espacios ocupados. Como es obvio, estas opciones no han dejado de producir conflictos y contradicciones en el área de los CSA.

Como conclusión, pese a las diversas intenciones de partida, a menudo, aunque no siempre, los centros sociales acaban siendo a fin de cuentas poco más que proveedores de mercancías, servicios sociales y culturales para los jóvenes, cualitativamente alternativas o diversas, a bajo precio o gratuitas, y por tanto competitivas respecto al circuito comercial o en sustitución de instituciones públicas crónicamente escondidas en éste así como en otros terrenos. Proveedores de servicios gratuitos que además a menudo son procesados, como forma de reconocimiento de su obra meritoria y que por tanto tratan justamente de no acabar como el pichón de tiro intentando construir redes de alianzas políticas y sociales a veces inéditas.

Hay que subrayar que sin la presencia de estos elementos— sin embargo no determinados o gobernados por un proyecto orgánico preexistente en el movimiento, sino por condicionamientos objetivos y relaciones de fuerza determinadas, y por esta razón percibidos a veces contradictoria o negativamente por los mismos protagonistas como consecuencias ineluctables de la propia debilidad e inadecuación— una iniciativa como la de Arezzo ni siquiera habría podido pensarse.

Si l@s compañer@s que participan en la organización del convenio de Arezzo interpretan como límite negativo a superar el hecho de que los CSA son a menudo poco más que proveedores de servicios, entonces del documento de presentación emerge tan sólo la ratificación y adecuación a este límite, o incluso entre líneas la transformación del límite en embrión de un proyecto político nuevo y original capaz de sacar al movimiento de autogestión de la sequía que padece. Dicho con otras palabras, lo que se propone a los CSA en el documento es "reforzarse" precisamente en el terreno en el que son ya relativamente más fuertes, es decir, en la producción de servicios socio-culturales, dejando en cambio en la sombra el terreno en el que el balance sería más problemático, es decir, el relativo a la promoción de trayectorias de conflicto, de organización y de lucha social y política. O si no se propone, pero no nos alejamos mucho, hacer precisamente de los temas de la empresa social el terreno privilegiado y central de estas trayectorias políticas.

Es necesaria, por tanto, una aclaración posterior para evitar que el convenio se convierta además en un lugar de ratificación y ahondamiento de las divisiones ya ampliamente presentes entre los CSA. Es necesario que la diferenciación de las trayectorias, que de todas formas ya está en marcha, lleve a un nivel general de clarificación y avance político y a una acción más incisiva. Hay que recordar que en el centro del convenio de Arezzo están los temas más ásperos del debate dentro del movimiento de los CSA o de sus componentes más politizadas, como la relación con las instituciones y la relación entre autogestión, autoproducción, mercado y autoingreso. A este respecto pueden verse las asambleas nacionales de octubre del 93 en Nápoles y pocos meses más tarde en Florencia, que, y no es casualidad, no han tenido luego continuaciones significativas.

No habría ningún problema si el horizonte de los temas propuestos se limitara a una dimensión táctica o parcial, de apertura o alianza con sectores de la sociedad civil dispuestos al diálogo, en función de la propia supervivencia y consolidación, y por tanto en función de la prosecución de la propia estrategia política autónoma. Por otra parte, una parte relevante de los CSA ya ha hecho o está haciendo todo esto "laicamente", aunque poniendo condiciones e intentando salvaguardar la propia identidad. Pero si el suministro de servicios o la producción de mercancías (aun con modalidades y propuestas cualitativas parcialmente alternativas al mercado oficial) o la apertura a las instituciones que dialogan se convierten en el eje principal de los temas propuestos para el convenio y, por tanto, tendencialmente, de la identidad y el proyecto del mundo de la autogestión, entonces se perdería de vista cuál es la estrategia política que caracteriza y distingue la acción de los CSA. A menos que esta estrategia no se base sobre todo en la aceptación, como dato central, de la inexistencia en esta fase histórica de alternativas radicales al mercado, o a menos que no nos encontremos frente a la prosecución de estas alternativas a través de una nueva teoría revolucionaria, que sin embargo en este caso sería preciso que se explicitara mejor.

Mi impresión es que existen de hecho asonancias entre los temas, el planteamiento del convenio y el debate (y las polémicas) que se han desarrollado en estos últimos dos o tres años en el movimiento sobre el trabajo inmaterial y el autoempleo, y por tanto sobre la definición de una nueva teoría de la liberación de la explotación en la época del posfordismo, o sobre el análisis mismo del posfordismo. No hay nada de escandaloso, entendámonos. Sin embargo, en este momento sería mejor explicitar y profundizar estos nexos teóricos, lo que quitaría un poco de niebla y confusión de las mentes de much@s compañer@s, entre ell@s sobre todo éste que escribe, ya que enriquecería la discusión y sería mucho más educativo y constructivo que limitarse a volver a discutir las antiguas opciones personales, políticas o judiciales, más o menos opinables, de Toni Negri o Paolo Virno.

De hecho, estos nexos teóricos no están sólo en el mundo de las ideas, sino que condicionan directamente las líneas de acción concreta, dado que obviamente es muy diferente dar prioridad política a la construcción de empresas sociales o del welfare desde abajo, o por el contrario dársela a la construcción de organismos de lucha en los centros de trabajo o de ocupaciones de casas o de todo lo demás, más allá del hecho banal de que en la vida y también en la política se pueden hacer más cosas al mismo tiempo. De hecho, estas dos actitudes se apoyan en planteamientos político-teóricos que asumen el estar "dentro y contra" los procesos del capital, de maneras marcadamente diferentes. En el segundo caso estar "dentro y contra" significa privilegiar el elemento de la contraposición directa al adversario en todos los lugares de la vida social en los que éste ejerce su dominio y por tanto privilegiar el elemento de la organización y la acumulación de fuerzas de cara al enfrentamiento ineludible con el nudo de la ruptura o la superación de los ordenamientos políticos, jurídicos y socioeconómicos del capitalismo. Esto no significa vivir en las nubes o soñar con "la hora X" o la toma del Palacio de Invierno, sino simplemente reafirmar que la liberación de la explotación no será posible mientras existan un Estado y un mercado capitalistas. En cambio, en el primer caso, estar "dentro y contra" significa privilegiar el elemento de la propia capacidad de separación de las reglas del adversario y la constitución material de reglas sociales, comunicativas y productivas diversas. En otros términos, significa utilizar en parte los mismos instrumentos y procesos de modernización del capital para invertir su sentido y construir, ya en el presente— junto a pero al mismo tiempo contra las leyes del mercado— experiencias y lugares concretos de liberación de la explotación y de la alienación. Significa por tanto afirmar que sobre todo es preciso tender a la construcción de estas experiencias de liberación, más que tender a la organización de las masas proletarias de cara a la ruptura o la superación de los ordenamientos generales del sistema, porque desprender espacios de liberación es posible aun en ausencia de esta ruptura o superación, o incluso porque la liberación se producirá a través de la expansión gradual, molecular y reticular de estos espacios. En este caso, por tanto, el Estado y el mercado no serían "derribados", sino más bien "marginalizados", "extinguidos". En este contexto los CSA podrían ser o son ya hoy una de estas experiencias constitutivas de liberación.

Se trata, como resulta fácil de entender, de nudos teóricos abiertos desde hace tiempo, tan complejos y "fundantes" de nuestra identidad que yo soy el primero en confesar mi incapacidad para representarlos suficientemente en todas sus implicaciones. Sin embargo estoy seguro de que estos nudos también forman parte del debate de los CSA o en especial el del convenio de Arezzo, y creo por tanto que no hay que eludirlos, que deben empezar a ser patrimonio del debate colectivo y no emolumento de algunas revistas de lectura más o menos fácil y difundida.

Además hay que subrayar que el marco que hace orgánico y coherente el corte del documento de presentación es un marco caracterizado por la ausencia o debilidad de los conflictos radicales, difusos y continuos en la sociedad. De hecho, esta última es objetivamente la situación en la que nos encontramos actualmente y podríamos analizar largo y tendido sus diversas razones determinantes. Sin embargo, es cierto que nadie puede afirmar que en el futuro la situación no podrá cambiar y que por tanto al movimiento de los CSA o de la autogestión no se le abrirán de hecho horizontes más amplios y complejos que ser empresa social o la articulación de un nuevo welfare desde abajo o de un nuevo New Deal, si se quiere llamar así. Para aclarar posteriormente, también en la asamblea nacional de los CSA que se celebró en Nápoles el 30 y 31 de octubre de 1993, las realidades de la Campania defendían la posibilidad de formas de presión sobre las autoridades locales a partir de los temas del uso de las áreas abandonadas o de los trabajos socialmente útiles, pero se esforzaban en distinguir una trayectoria de este tipo del voluntariado puro y simple, ligándola a una dimensión de contienda y de lucha, a la construcción de listas de parad@s, etc.

Hay que añadir sin embargo que, a falta de relaciones de fuerza generales que permitan afrontar algunas grandes temáticas sociales (trabajo, rentas, vivienda, sanidad) de manera directamente conflictiva y ofensiva, numerosas situaciones autogestionadas utilizan actualmente instrumentos "mediados" de tipo mutua o asistencial, como los ambulatorios médicos populares, o las ventanillas para la asistencia legal a l@s trabajador@s, a l@s parad@s, a l@s sin-casa, a l@s desahuciad@s. En estos casos sin embargo estas estructuras no representan de por sí el eje de la acción del centro social, sino que son en cambio instrumentos flexibles y adecuados a la fase en función de una acción política y social de denuncia, de organización y de lucha.

Por otra parte, hay que señalar, y la diferencia no es poca cosa, que esa dimensión conflictiva o de lucha no emerge a partir de los materiales difundidos hasta ahora por los promotores del convenio, y esto determina una situación de ambigüedad o de posibles malentendidos. Está claro que un poco de ambigüedad es fisiológica cuando un consorcio de investigación presenta un convenio "oficial", o cuando se experimentan trayectorias inéditas y contaminaciones originales, pero sólo hasta cierto punto, porque más allá se corre el riesgo de dejar de entenderse.

Hay que subrayar además, aunque no es el aspecto principal, que es como poco dudoso que los desarrollos imprevisibles de la situación política local y nacional dejen abiertos espacios relevantes para formas de interlocución entre CSA y sectores del mundo de las empresas o, sobre todo, del poder administrativo. La victoria del Polo en las administrativas de Lombardia podría cerrar posteriormente espacios a nivel regional y podría allanar el camino a una junta municipal milanesa peor aún que la que dirige Formentini. La eventual derrota de los progresistas en Arezzo podría impugnar la normal celebración del convenio de junio. Por último, los ayuntamientos progresistas no se muestran tan solícitos e interesados en la discusión con los CSA en todas partes: véase Bolonia y Nápoles.

En un escenario como el que prefigura la ya varias veces citada presentación del convenio podría aumentar posteriormente la fragmentación que ya caracteriza a las diversas experiencias autogestionadas, una fragmentación que tiene sólidas raíces materiales en las diferenciaciones históricas que caracterizan las diversas áreas del país. De hecho, en nuestra península existen territorios más o menos desarrollados económicamente, más o menos gestionados por administrador@s locales y empresari@s "dialogantes", más o menos atravesad@s por desequilibrios y conflictos sociales, más o menos "cercanos a Europa". Entre otras cosas sería interesante obtener aclaraciones ulteriores sobre la subjetividad de l@s empresari@s que aparecen en la lista de l@s participantes en el convenio.

A veces la diversificación de las trayectorias subjetivas, que por otra parte no se elimina con llamamientos moralistas de tipo ecuménico, desde el momento en que está determinada por contextos objetivamente diferentes, o por un periodo de transformaciones tumultuosas que impone a tod@s repensar y readecuar las propias líneas de acción, es inevitable e incluso útil; pero esto no implica que siempre sea así, y que haya que resignarse o se deba incentivar la fragmentación de las trayectorias. Entre otras cosas hay que recordar también de pasada que los procesos represivos que, sobre todo en algunas situaciones, está sufriendo el movimiento con muchas dificultades, y sin dar siempre muestras de especial solidez y eficacia, podrían acentuarse y difundirse posteriormente en un futuro cercano.

Entre los riesgos que se temen en el debate de los CSA no aparece sólo el de la autoguetización, sino también el de reducirse precisamente a simples proveedores de servicios a bajo coste, y perder por tanto el sentido de la propia acción. Infravalorar este riesgo puede llevarnos a acentuar una de las ambivalencias objetivamente presentes en las realidades autogestionadas, suspendidas a menudo entre el radicalismo de la identidad de quienes las gestionan y la percepción de aquellas como, precisamente, lugares de suministro de servicios por parte de la masa concreta de l@s frecuentador@s. El hecho de que a menudo, pero no siempre, la realidad sea objetivamente ésta no puede llevarnos sin embargo a absolutizar a los CSA como modelos sui generis de "empresariado social" apoyándose en la confusión y las incertidumbres que caracterizan esta fase, y por tanto no puede llevarnos a poner entre paréntesis la identidad radical o la tensión para colocarse en un frente más vasto de luchas sociales y políticas, como si al final estas cosas fueran datos secundarios o psicológicos, y no debieran ser en cambio, al menos en teoría, un rasgo esencial y distintivo del movimiento de los CSA. De hecho, con todos sus límites, los CSA nunca podrán ser aplanados totalmente sobre el modelo de la empresa social porque representan de todas formas una componente de la oposición política o social de este país.

Concluyendo

Me encuentro entre l@s compañer@s que en este momento no están tan "segur@s de su propia trayectoria" y que temen bastante el riesgo de aislamiento. La intención de este escrito es sobre todo comprender mejor, crecer, profundizar, disolver dudas y, por tanto, discutir en la medida en que sea posible más allá de esquematismos o prejuicios fáciles y tranquilizadores así como inútiles.

A costa de repetirme vuelvo a remarcar que los problemas, los límites y las divisiones del movimiento no están provocados por la promoción del convenio de Arezzo, sino que tienen sólidas bases materiales en la dificultad concreta de la fase histórica y política que estamos viviendo, que está llevando a todo el mundo a revisar sus propias trayectorias y a tomar opciones a veces inusitadas o discutibles. Se trata de una fase dominada por la afinación y el agravamiento de los mecanismos mediáticos y no de la represión, del control social y de la producción del consenso; limitación por vía "indolora" y administrativa de los espacios de actividad política y sindical; amenazas de desalojo (a menudo cumplidas, sobre todo en las provincias) de los espacios ocupados; fragmentación y vaciado de los lugares de formación de la identidad y de las prácticas colectivas (centros de trabajo, escuelas, barrios), y por tanto dificultades para la emergencia del nuevo y anhelado sujeto antagonista de la época de la flexibilidad y el posfordismo; precarización de las condiciones materiales de vida que desincentiva la tendencia a la acción colectiva y lleva a refugiarse en lo particular; carácter episódico, o defensivo o parcial de los movimientos de lucha, o su falta de autonomía política (véanse las luchas del otoño contra la ley de presupuestos); todo ello precipita en un clima socio-cultural y en relaciones de fuerza política generales desfavorables.

Las temáticas de la apropiación de las nuevas tecnologías informáticas y comunicativas y de su uso liberado, de la inversión del sentido desde un punto de vista antagonista, son muy importantes y fascinantes. Sin embargo, en el momento actual, parece que el poder utiliza estas nuevas tecnologías sobre todo para refinar su propio dominio en todos los lugares de la vida social, porque es el poder el que en este momento tiene el monopolio de estas nuevas y costosas tecnologías.

No obstante sabemos perfectamente que, a pesar de todo, también hay que ponerse a prueba sobre este terreno, así como sabemos que el Gran Hermano todavía está lejos, y que un punto de vista radical todavía tiene mucho que dar y decir en una sociedad y en un mundo en los que cientos de miles de personas están condenadas a la miseria o la alienación. Si no fuera así, no sería comprensible la preocupación por nosotr@s, rayana en lo excesivo, por parte de los aparatos policiales y judiciales, así como no sería comprensible la agresividad ideológica, rayana asimismo en lo excesivo, por parte de l@s defensor@s de la centralidad del mercado, de cualquier sector, partido, polo o coalición, así como no sería comprensible la reestructuración en sentido autoritario, carismático y neo-bonapartista de los sistemas institucionales y representativos.

Sin embargo, frente a todo esto, y en mi opinión, es más constructivo vivir hasta el fondo las crisis y las contradicciones del presente, profundizar la investigación, el debate y la experimentación concreta, trabajar en proyectos y trayectorias específicas sin la pretensión de llegar de buenas a primeras a una síntesis original, en vez de comportarse, en cambio, como una izquierda radical que sintiéndose carente de perspectivas y de brújula, o no viendo otras alternativas, no viendo como emerge el tan deseado nuevo sujeto social antagonista del posfordismo, se inventa atajos prácticos o teóricos poco claros o de dudosos resultados.

A este respecto me parece útil señalar el límite que registra hoy el propio debate teórico sobre el ya célebre e hipercitado posfordismo. Es un debate que tiene mucho que ver con los CSA, dado que much@s compañer@s ven precisamente en los centros sociales el lugar o uno de los lugares de ese sujeto social y laboral fragmentado, flexible, exterior a la fábrica o a la oficina clásicas, que serían un producto peculiar del posfordismo.

En mi opinión este debate teórico, después de haber alcanzado umbrales significativos en el plano de la investigación, de la encuesta y por consiguiente de la descripción analítica de los procesos de reestructuración en marcha, demostrando ciertamente mayor penetración y amplitud de miras que las exhibidas por una izquierda institucional en buena medida obtusa y asfixiada, se ha encallado ligeramente frente a la formulación de propuestas organizativas y políticas adecuadas para intervenir activamente en el contexto analizado. Se trata de un límite comprensible a falta de movimientos de anticipación e indicaciones significativas que emerjan de lo vivo de la materia social, sin las cuales es difícil la formulación de cualquier propuesta, a no ser genérica y abstracta, pero al final este límite es un dato. Ahora bien, si los temas propuestos en el convenio de Arezzo apuntan, aun de forma embrionaria, parcialmente o como tendencia, a la superación de este límite, entonces, en mi opinión se impone una profundización y una aclaración en la discusión, porque vistos desde esta óptica de construcción de una nueva estrategia política, estos temas son ambiguos y poco convincentes.

Sin embargo, las profundizaciones y las aclaraciones sólo son útiles y posibles si se remiten a la materialidad de los procesos que vivimos y de los efectos prácticos de las cosas que hacemos, procesos y cosas que de todas formas se desarrollan por su propia cuenta en las realidades particulares y que más que nada no se ven condicionadas por asambleas nacionales o convenios y seminarios.

No obstante, las profundizaciones son también necesarias, porque sólo a partir del inicio de la construcción y definición de las propias identidad y trayectoria se evita el miedo a los contagios y las contaminaciones con quienes son diferentes a nosotr@s y se puede sacar y ofrecer, en su seno, el mayor provecho.

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