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En defensa de los espacios autogestionados
Una crítica al plan de rehabilitación de Lavapiés


El día 19 de abril un viento extraño okupó el edificio de Embajadores 68. Condenado hasta entonces a ser un deshecho del Estado, que lo abandonó durante más de tres años, fue recuperado para la vida y convertido en escenario y caja de resonancia de los múltiples alientos políticos, sociales y creativos que desde ese día y con vocación de perdurar corren por sus pasillos y habitaciones y que se extienden también por el barrio de Lavapiés.

Pero el Estado, como tantos propietarios, piensa que un edificio está mejor vacío que okupado por gente como nosotr@s. ¿Y quiénes somos nosotr@s? La gente que ha organizado más de veinte charlas y seminarios sobre cuestiones de actualidad sociopolítica; que ha traído actuaciones musicales al barrio gratis o a precios solidarios para financiar actividades sociales autogestionadas; que ha habilitado espacios para teatro, vídeos y exposiciones; que ha preparado talleres de participación libre socializando nuestros conocimientos y deseos; que ha convertido en treinta viviendas cientos de metros cuadrados abandonados; que ha transformado un patio muerto en plaza pública, en un lugar de encuentro donde el consumo y el dinero no son el centro de las relaciones sociales y personales; que ha abierto una biblioteca y un comedor popular y un bar y una tetería y salas de reuniones y un espacio para niños y niñas…Somos también la gente que ha hecho ruido por la noche y lo ha intentado resolver, gente diversa, de pinta rara y de pinta "normal", que abunda ahora en un barrio donde much@s llevamos años viviendo, un barrio diverso y vivo, un barrio de acogida, un barrio abierto y popular cuya identidad sobrevive a pesar del abandono institucional.

Somos gente que trata de experimentar otras formas de vida, crear espacios abiertos y colectivos en una ciudad que condena al encierro en la casa, en el trabajo o en el televisor, gente que lucha por llevar a cabo sus deseos sin que el dinero o el trabajo condicione su tiempo de vida, que tiene necesidades que trata de cubrir por sus propios medios, con imaginación y cooperación, con luchas. Nos llaman y a veces nos llamamos okupas. Además, es cierto, much@s somos roj@s, anarquistas, feministas, antifascistas, antirracistas…ninguna palabra nos satisface del todo, ninguna nos identifica plenamente.

Indispensable para experimentar esas otras formas de cooperación y de vida es la creación de espacios en los que desarrollar creativamente las propias potencialidades, expresadas a través de una relación constitutiva con l@s demás. La política de las administraciones locales –extremadamente carente en el plano cultural en sentido amplio– sabotea y desaloja sistemáticamente esos deseos de autodeterminarse mediante espacios de socialidad y creatividad no mediados por la utilidad económica. Defienden una idea de tiempo libre –el así llamado ocio: tan productivo o más que el propio trabajo asalariado– monopolizado por formas ligadas al consumo cultural: el cine, los conciertos, el teatro y demás mercancías culturales parten de iniciativas privadas programadas y establecidas de antemano, que no consienten, salvo en raros casos, intervención alguna por parte de quienes las consumen.

Para que el tiempo libre se vuelva tiempo liberado, en los centros sociales okupados se reivindica el derecho a momentos y espacios de autogestión real. Pero pensar de otra manera y actuar en consecuencia no está bien visto en el mundo del pensamiento único, de la moneda única, del mercado único, del único futuro posible, del único presente legitimado. Así que, después de dos meses y medio, nos quieren echar. Tienen planes con este edificio de Embajadores 68. ¿Y cuáles son esos planes? En primer lugar demolerlo, junto con otros tres edificios más (el colegio Luis Vives, el colegio público Santa María y una escuela universitaria de la Autónoma), todos ellos situados en lo que llaman el Casino de la Reina, entre Ronda de Toledo, la calle Casino y la calle Embajadores. Se pretende construir un jardín de 25.000 m2 y, en la zona que se corresponde con la actual ubicación del Centro Social, un aparcamiento de capital privado y sobre él la clásica "zona verde" estilo Manzano: verde cementoso, esto es, un polideportivo. Todo ello, lo sabemos, forma parte del llamado plan de rehabilitación de Lavapiés, a punto de iniciarse y que se prolongará durante el próximo lustro. Pero resulta que hasta que hemos entrado nosotr@s los planes con respecto a la manzana del Casino de la Reina no figuraban en ninguna de las actuaciones con fecha concreta. Se sabía que el plan tiene unos plazos y que esta área donde se encuentra el centro social no era de las más urgentes. ¿Preferirán finalmente dar prioridad a un aparcamiento subterráneo privado antes que rehabilitar calles y casas? Es posible que así traten de justificar el desalojo inmediato, una vez conseguida la expropiación del edificio por parte del Ayuntamiento, pero ya se verá lo que pasa después: puede ocurrir que veamos durante algunos años en la calle Embajadores un inmenso solar vacío y lleno de escombros y vallas publicitarias como ocurre en la Ronda de Toledo desde que se desalojó el Centro Social Minuesa hace casi cuatro años.

Pero vayamos al plan en cuestión (y cuestionado). Consta de tres partes: remodelación externa (calles e infraestructuras de primera necesidad: acometidas de gas, electricidad, agua…); remodelación de viviendas (voluntaria, se financia hasta la mitad del costo de la obra a l@s propietari@s que deseen acogerse al plan), y remodelación de los servicios públicos y ¿sociales?: derribo y nueva construcción del teatro Olimpia, remodelación de la plaza de Cabestreros, de la de Agustín Lara, de la Corrala, creación de zonas verdes… y parkings y más parkings –casi uno en cada plaza y otro más en Lavapiés 19, cuyo edificio apuntalado derribarán–. Tres tipos de actuación necesarios y reclamados a gritos por l@s vecin@s desde hace años pues, tras años de desidia municipal, el barrio se pudre de mierda y se cae a cachos.

El problema pues no está en las necesidades –que son evidentes–, sino en el tipo de soluciones que las instituciones (Ayuntamiento, Comunidad, Ministerio de Fomento) ofrecen. Veamos. Sin pretender hacer aquí una crítica exhaustiva al plan de rehabilitación, queremos señalar a continuación una serie de aspectos que lo lastran y a nuestro parecer lo invalidan.

Por lo que hace a la remodelación de viviendas: ante los muros agrietados, las fachadas que se vencen, las humedades, los cimientos podridos, las infraviviendas decimonónicas o la falta de equipamientos básicos, las instituciones proponen subvenciones a la propiedad para que esta se encargue de los arreglos. Pero a la hora de planificar estas ayudas no se han tenido en cuenta las posibilidades de cada propietari@. Quien no tenga recursos para cubrir la parte que las subvenciones no cubren quedará fuera de toda reforma (de hecho, tan sólo el 30% de los propietarios ha decidido acogerse al plan). Y lo que es aún peor: nada se propone para aquellos propietarios que no quieran acogerse al plan porque su intención es que su inmueble se declare en ruina técnica, se expulse a l@s inquilin@s de renta antigua y de este modo poder especular con unos solares cuyo precio subirá considerablemente una vez realizadas las pertinentes mejoras en las infraestructuras públicas.

Nada se dice tampoco de l@s inquilin@s, que son la inmensa mayoría del barrio. En ningún momento se ha realizado una valoración de los deseos, necesidades y demandas de los auténtic@s vecin@s de este barrio, aquell@s que lo habitan y hacen de él una zona viva y singular en el centro de Madrid. ¿Podrán ell@s afrontar la subida del alquiler que los propietarios exigirán para rentabilizar sus inversiones en las obras de reforma? Y en el caso de la demolición de viviendas, ¿qué pasa con los realojos? ¿tendrán lugar en el propio barrio? o, como es práctica habitual, ¿les mandarán más allá, mucho más allá, del Manzanares? Hace mucho que el ayuntamiento, aprovechando la debilidad del movimiento vecinal, ignoró una clasica reivindicación de dicho movimiento como era las de ser realojad@ en el propio barrio.

Nos encontramos, pues, que, de pronto, tras décadas de abandono deliberado por parte de las instituciones, la política municipal con respecto a Lavapiés da un giro radical, se consigue implicar a todo tipo de instituciones públicas y se obtiene, en época de contención del gasto público, un chorro de varios miles de millones para la remodelación. Visto esto, la remodelación de las infraestructuras –super necesaria desde hace mucho– ya no nos parece tan desinteresada. Tanto parking, el nuevo teatro, las bonitas calles peatonales, la zona verde de Casino, todo, todo, huele a limpio. Demasiada limpieza. Pero no la limpieza que el ayuntamiento descuida sistemáticamente, sino la limpieza de los sectores populares más débiles y desprotegidos del barrio –inmigrantes, jóvenes, jubilad@s, parad@s–, que habrán de abandonarlo si esto se convierte en un barrio de lujo para yuppies. Un buen ejemplo de este proceso lo tenemos en la vecina zona de los austrias. Todo sin violencia, claro, a nadie se le "expulsa", limpieza económica, el mercado manda: si no puedes pagarte un alquiler en el centro, búscate uno más barato en la periferia.

Pasemos a la parte de remodelación de servicios, que es la que atañe más directamente a este centro social. La única respuesta que el ayuntamiento ofrece a las múltiples necesidades y deseos sociales y culturales de este barrio se concreta en la construcción de un jardín, un polideportivo y un aparcamiento. Soluciones limitadas, que son las de siempre: una y otra vez, en uno y otro barrio, se piensa en polideportivos y parques de cemento sobre los aparcamientos para cubrir todo lo social y juvenil, como si la única actividad cooperativa y social fuera el deporte (fútbol para las masas), como si en los juegos de pelota y atletismo empezara y terminara nuestra práctica cooperativa y comunitaria. ¿Por qué siempre polideportivos y no zonas polifuncionales? ¿Falta la imaginación o la voluntad?

Con el aparcamiento se pretende resolver el tema coche, lo que con toda seguridad no significa aliviar al centro de la ciudad de la asfixiante carga de tráfico motorizado, sino continuar abriendo paso al coche y facilitando el crecimiento del parque automovilístico (frente a otras formas de transportes, como la bicicleta, sistemáticamente saboteada por el ayuntamiento, relegada a objeto de ocio dominical). Y esta afirmación no es gratuita si se observa el resultado de la construcción de aparcamientos en otros barrios. El coche se presenta como prótesis simbólica y sustituto de la vida social, a través de cuyo parabrisas se observa el mundo como algo irreal, ajeno y hostil, exactamente igual a como se mira el televisor. La figura del peatón que pasea, deambula y se encuentra en calles y plazas, formando multitud, pasa a ser un estorbo para el tráfico: debemos convertirnos en automovilistas agobiados y constreñidos en cajas de lujo, conduciendo por circuitos planificados con telemensajes y vigilados por las cámaras de Tráfico: de casa al coche al trabajo a la playa vuelta a empezar. O eso o desaparecer de las calles.

Y algunos de nosotros, vecinos también de este barrio, nos preguntamos: ¿queremos un Lavapiés muerto, de lujo, como el que el plan de un modo no explícito prefigura?

Todo indica que el plan, en vez de ofrecer soluciones a quienes viven en Lavapiés, más bien abre la puerta a la especulación y expulsará del centro a los sectores populares, atrayendo inversiones y nuev@s vecin@s con poder económico y coches y motos último modelo, cambiando el tipo de vecindario que caracteriza este barrio, rompiendo la estructura popular y multicultural que hace de Lavapiés un espacio distinto en el centro de Madrid. Sin hacer un gran esfuerzo de imaginación ni ser demasiado agorer@s, se puede ver un imaginario bulldozer que, desde el Pasillo Verde hasta la zona del Reina Sofía, va devorando todo lo que encuentra a su paso –Latina, Lavapiés–. Un vecindario variopinto que con su misma presencia cuestiona a ese otro centro –tan cerca y a la vez tan lejos– que cada vez más es un centro de lujo, comercial y de servicios, con el que se pretende tapar a los turistas que vengan en busca del Madrid antiguo y castizo las miserias y la polarización dentro de la metrópoli y construir una imagen irreal de la ciudad.

El plan debería ser redefinido desde sus mismas bases, con criterios no sólo técnicos sino sociales, y quienes vivimos en Lavapiés deberíamos ser los autores de esa redefinición. Pero incluso si esto no se hace así, si el plan se lleva a cabo tal y como aparece sobre el papel sin la intervención de l@s afectad@s, se debería respetar el edificio de La Veterinaria que ahora aloja un centro social okupado y autogestionado, pues forma parte de los deseos de vida de una parte de los vecinos de este y de otros lugares. De hecho, la presencia de un área ajardinada es perfectamente compatible con los colegios y con el centro social. Existe incluso una directiva de la propia Unión Europea –que ha puesto dinero en la rehabilitación– en la que se advierte que se dé preferencia a bienes y servicios fundamentales en las zonas en reforma. Sólo para sacar dinero de la rehabilitación con las plazas de aparcamiento tiene sentido demoler este edificio. El plan, tal y como hoy está diseñado, acaba con el centro social. Quien apoye el plan, aunque sea con reservas, no puede olvidar este hecho.

Con tiempo este Centro Social será un proyecto mucho más interesante para el barrio que cualquier aparcamiento subterráneo. Los proyectos sociales son más importantes que los coches. Nuestra actividad en dos meses ha dejado en ridículo al anquilosado Centro Cultural del Ayuntamiento en la calle Olivar, moribundo, semivacío y desconocido, pero, eso sí, gestionado dentro de la más estricta legalidad por la Junta Municipal.

Pero sabemos de la radical incompatibilidad entre proyectos sociales autogestionados y proyectos "culturales" institucionales. Los primeros tratan de crear nuevas formas de lo social; los segundos reproducen la cultura pija del mando, económico o a distancia. Que se tenga claro que es esa oposición la que induce a los poderes establecidos a desalojarnos, no el interés "social" del Plan de Rehabilitación. El Estado se sigue arrogando el derecho a definir nuestras necesidades, reformular nuestros deseos, gestionar nuestra vida. Y con eso no tragamos.

Les molestábamos desde mucho antes de okupar este lugar. Nuestra presencia les ha molestado siempre: en Minuesa, en Pacisa, en Villaamil, en Lavapiex 15, en La Guindalera: no somos fáciles de callar, gritamos que este mundo no nos gusta, que queremos otro y lo queremos ahora. A veces nos han golpeado, a veces hemos devuelto algunos golpes, pero siempre han querido hacernos daño.

Ahora, Hacienda, propietaria de este edificio, responsable del pudrimiento durante estos años del patrimonio público, de maquinarias e infraestructuras abandonadas e inservibles, recuerda que este edificio está bajo su mando. Y nos envía a policías a decir que nos vayamos, nos denuncia ante el juzgado, ni siquiera tiene el valor de venir a hablarnos directamente –tal vez porque sabe bien que no nos vamos a ir de aquí–. Nos tememos que quieren aprovechar el letargo veraniego para cerrar las puertas y ventanas de estse proyecto que acaba de empezar y que para nosotr@s no tiene fin, que cambiará con la gente que lo vaya formando, con la gente que llegue hasta aquí con nuevas ideas y nuevos deseos. Quieren desalojar el Centro Social Okupado Autogestionado de Embajadores 68: que nada florezca en los intersticios de la ciudad capitalista. No nos vamos a dejar.

Sabíamos que llegarían a reclamar lo que dicen que es suyo pero que en realidad es público: es el producto de la cooperación social, del trabajo vivo de quienes trabajaron en él y contribuyeron a crearlo. Hacienda gestiona este lugar, pero no es suyo. Nosotr@s lo hemos descargado de propiedad: tampoco es nuestro, es un espacio abierto que se gestiona por medio de una asamblea abierta a la que puede acudir quien lo desee (incluso viene algún policía de paisano infiltrado que sólo provoca risa o lástima), aunque racistas, fachas, políticos profesionales o manipuladores de cualquier ralea no son bienvenidos.

Para toda la gente que tiene un deseo radical de democracia, que sabe que sin experimentar nunca habrá nada nuevo, que no ve la ciudad como un enorme nicho, sino como un lugar posible de cooperación e intercambio entre iguales, de creación colectiva de nuevas condiciones de vida aún apenas imaginadas o vistas, defender Embajadores 68 es defender una posibilidad inmediata, un intenso laboratorio social inédito, es defender la capacidad de la gente de determinar su tiempo de vida, de pensar la ciudad que quiere vivir, la autonomía frente a los políticos paternalistas o corruptos que ya saben lo que queremos y se cuidan de que no lo podamos conseguir. No es defender sólo lo que se tiene, sino todo lo que desde aquí se puede crear, no sólo el espacio de otr@s –l@s okupas– sino la posibilidad de un espacio público que permita recomponer un tejido social en franca descomposición. Se trata, en fin, de producir posibilidades de vida más amplias en el cotidiano de cada individuo, frente a los mecanismos institucionales o de mercado, con el fin también de oponer una resistencia desde abajo a los procesos de disgregación cebados por la grave crisis económica y política en la que se debate nuestro mundo.

Julio 1997

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