La Eskalera Karakola: un espacio deliberado

Publicado en el Molotov, marzo 2003

 

Recuperación y rehabilitación de Embajadores 40. La Eskalera Karakola presenta un proyecto de Centro Social Autogestionado Feminista (www.sindominio.net/karakola) con el fin de desencadenar la expropiación, rehabilitación y cesión de este espacio de mujeres por rehacer.

 

Indudablemente comenzamos una nueva fase, pero ¿de qué se trata? ¿Qué hace que sea nueva? Algunas personas se han preguntado qué pasa con La Eskalera Karakola, seis años de okupación feminista, nada más y nada menos. ¿Qué es lo que proponemos cuando reclamamos un Centro Social Feminista Autogestionado? Y ¿desde dónde lo hacemos?

 

No vamos aquí a explicar este proyecto, que podéis consultar en la web, sino que nos limitaremos a recoger algunos apuntes desordenados que forman parte de un debate abierto en el tiempo, en el espacio y en las mujeres, a las que se puede escuchar por, según, sin, sobre, tras él.

 

Algunos han cuestionado este espacio de mujeres desde su constitución. Se trata fundamentalmente de quienes no entendían en absoluto la intervención feminista, que es la que ha posibilitado históricamente la transformación de las vidas de las mujeres y, en general, de las sociedades en aspectos tan importantes como la sexualidad, la constitución de sujetos políticos corporeizados, la división sexual del mundo –desde el trabajo hasta la producción simbólica– o el cuestionamiento del poder y la legitimidad primera e indiscutible de los hombres en todos y cada uno de los ámbitos de la vida. Evidentemente, todo esto, que aún continua conformando un presente y un futuro para la libertad, precisa de autoorganización y autonomía. Y quien no entendió esto hace seis años, no lo va a entender mejor ahora, a no ser que se haya «sometido» a proceso de mutación –en ocasiones hemos bromeado con la modificación del nombre de este lugar en «casa de sujetos en construcción permanente», una categoría política poco operativa para muchos– inspirado por un pensamiento que se ha proyectado desde espacios como La Karakola.

 

Y, sin embargo, la pregunta sigue en el aire. Existen grupos de mujeres, pero eso de construir espacios sociopolíticos de mujeres es otro cantar. El hecho de que lo único que en ellos llame la atención a cierta gente sea «lo que no… (son)» pone de manifiesto la naturalización de un orden espacial cuyas «marcas» no hemos empeñado en revelar.

 

En este deseo, que se expresa obstinadamente de uno u otro modo a lo largo de nuestra historia reciente, conviven dos ideas: (1) que los espacios de mujeres son, de hecho o en potencia, distintos (una idea muy querida por el pensamiento de la diferencia sexual, pero también por otras corrientes que han reclamado la autoorganización autónoma de las mujeres desde los años 60 en adelante) y (2) que el espacio –el espacio físico– es fundamental para la creación y proyección de nuevas formas de la política, algo que encontramos en Virginia Woolf –en su incisiva crítica a la neutralidad de los espacios públicos y privados y la carencia de estancias femeninas propias; su «hay habitaciones que difieren radicalmente» en las paredes de Lavapiés 15–, pero también en las múltiples experiencias inspiradas en las políticas de la localización, desde las que hoy cartografiamos las condiciones espacio-temporales de la globalización, no para producir una «política de la instalación», como a menudo sucede, sino para interrogar lo posible en lo existente.

 

El primer impulso estuvo muy vivo en los primeros años de okupación, en los que primó el reconocimiento y la investigación en torno a una alteridad femenina –la mujer como una y como otra– y en torno a qué pudiera ser esta diferencia como experimentación y no como esencia pacífica y estabilizada; las preguntas se referían a ¿quiénes somos, cómo hemos llegado hasta aquí y qué queremos hacer juntas? (Quien no se hiciera con el dossier sobre el primer año de okupación en aquel momento que lo busque debajo de las piedras). No es casualidad que la escritura tuviera tanta importancia entonces, que se escribiera en/sobre los muros de la casa, que ésta fuera, en su materialidad, un ejercicio de expresión ininterrumpido. «Ser mujer, decíamos en el 96, es siempre una acción directa».

 

El segundo ha dominado algunas intervenciones recientes que discuten con fuerza la posibilidad de crear refugios y paraísos, incluidos los de la propia identidad, y busca el conflicto mediante una intervención en lo social, estableciendo alianzas, a menudo excesivamente frágiles. Las diferencias han atravesado esta casa en todo momento y no siempre de un modo productivo; en cualquier caso, nunca han dejado tras de sí un espacio inocente e inmaculado. Lo cierto es que la apertura que implica esta práctica, junto a la pesadumbre y el sobreesfuerzo originados por el estado físico del edificio, nos han alejado, en ocasiones de la casa como espacio más o menos circunscrito para situarnos en otras coordenadas que van desde el eje sexismo/racismo hasta la «talla estandarizada de normalización anoréxica», desde la precariedad femenina hasta el movimiento de movimientos, desde la mercantilización de las sexualidades disidentes hasta la acción frente a la violencia y  la guerra.

 

Este «me he pasado por la casa y estaba cerrada…» que tanto nos duele es una conjunción política que merece una reflexión de múltiples voces en el tiempo, en la que intervienen viejos y nuevos elementos. Entre los viejos, y citándonos a nosotras mismas, cabe recuperar esta reflexión: «qué exige el patriarcado de nosotras, qué hábitos nos hacen a las mujeres medirnos respecto a los hombres tornando en insensata la distancia, el alejamiento que supone necesariamente un estar entre mujeres, una alteridad que es otra mujer». A la heterorealidad, que nos reduce (en número también) e invisibiliza, que sencillamente determinó la huida de algunas de nosotras, voilà, c’est tout, au revoir, se suman otros procesos que, como el éxito de la institucionalización del género en la femocracia o la banalización izquierdista y derechista de la radicalidad del feminismo en una suerte de código de conducta, convierten el sueño de un espacio (no de un grupo, ni siquiera de una comunidad) de mujeres, o mejor, un espacio de intervención social feminista, en algo sumamente precario.

 

Este impulso hacia lo social desde la crítica a la identidad (mujer-okupa-lesbiana…) nos ha costado la visibilidad en no pocos espacios; otra vez no aparecen nuestros nombres en ese maldito panfleto…

 

Siempre hemos dicho que nuestra acción sobrepasa estos muros, hemos dicho también que nuestra acción es estos muros, que los empapa. ¿En qué quedamos?

 

Para este nosotras-para-un-diálogo que se proyecta a lo largo de seis años, okupar ha sido un ejercicio de apropiación sexuada y cuestionamiento de la Razón en lo urbano. Desde el campo internacional de trabajo del 99 y ya antes, desde que se iniciara nuestra apuesta de autorehabilitación junto a algunas arquitectas y arquitectos nos propusimos encarnar una figura inaudita: tejados-cocina-vigas-puntales-cuidado-electricidad-comunicación-escombro-encuentro. Se trata de un sentido novedoso de la crítica feminista a la división público-privado. La casa es la política en tanto desafío a la propiedad, a la gestión, a las ordenaciones y planificaciones (de la ciudad, de los usos, del conocimiento, del hacer, de la ciudadanía), a la legalidad y a la legitimidad. Pero la autorehabilitación se choca con el límite de la ruina y de la ley, con los límites de nuestra práctica política, para inaugurar un nuevo experimento igualmente poco razonable.

 

El destino de esta casa pública es nuestro; no queremos «salvar a Willy», sino indagar sobre qué sea un centro social feminista, y hacerlo produciendo un nuevo conflicto que, en realidad, no es otro que el desafío que iniciaron unas mujeres okupando una casa en la calle Embajadores.

 

El proyecto que ahora presentamos es un envite a imaginar la realidad desde un lugar ubicado: un centro social feminista, una casa, unas mujeres, un barrio, una ciudad, un mundo. Se trata de una invitación limitada (¿qué es un centro social de mujeres en un mundo fragmentado en el que vemos constantemente segadas nuestras posibilidades individuales y colectivas de intervención?) y, sin embargo, se trata de una propuesta enorme, ambiciosa, inabarcable incluso en tanto escapa a lo que conocemos y a las personas que la presentamos. Es el producto de una reflexión inacabada y constantemente interrumpida, de una historia que comienza a escribirse hace ya tiempo y seguirá puntuando y alterando el curso «natural» de la historia.

 

El espacio de mujeres es un espacio deliberado. Surge de múltiples impulsos concretos, ansias particulares en cada caso, pero siempre amparado en una reflexión íntima sobre la norma, sobre las mayúsculas, sobre lo otro, la propia condición de la alteridad; en un no reconocerse en los reflejos que nos devuelven los espejos al interpelarnos –al decirnos «tú eres esto»-, o al vaciarnos, al decirnos «tú no puedes ser, tu reflejo no existe». Una reflexión íntima, porque se nos engancha en el cuerpo, porque no es de quita y pon, porque al acompañarnos nos desplaza de las certezas y nos cuestiona, modificando irremediablemente la forma en que cada día nos construimos hacia dentro y hacia fuera. Pero el desplazamiento y la puesta en cuestión, el desayuno con la incertidumbre, son parte de nuestra política.

 

La Eskalera Karakola es un espacio de subjetividades otras (¿lo es? ¡qué rotundo!), quiere serlo. La Eskalera Karakola quiere ser un espacio de subjetividades otras, se mantiene en la voluntad determinada de favorecer las condiciones de posibilidad de esas subjetividades otras, de privilegiar la experimentación con lo que somos, con lo que no somos (la investigación deseable y no restringida de ensayar qué haremos con lo que se ha hecho de nosotras), ir perfilando lo que queremos ser a través del vislumbre de lo que rechazamos y a su vez nos rechaza, nos expulsa. Convertir lo limítrofe en crea(c)ción, recuperar la potencia de los elementos de nuestra configuración que nos excluyen de la centralidad (del saber, del poder, del hacer) y trastocar la unicidad en multiplicidad (de saberes, poderes, haceres) es lo que se puede esperar de un espacio como este. «... ser una otra inapropiada/ble‚ significa estar en una relación crítica y deconstructiva, en una racionalidad difractaria más que refractaria, como formas de establecer conexiones potentes que excedan la dominación. Ser inapropiado/ble es no encajar en la taxón, estar desubicado en los mapas disponibles que especifican tipos de actores y tipos de narrativas, pero tampoco es quedar originalmente atrapado por la diferencia.»

 

¿Se puede hablar de La Eskalera Karakola monótonamente? ¿De un espacio donde la palabra mujer tiene múltiples tonos y los acordes para política, feminismo, transformación son, no infinitos, pero sí diversos? ¿No habría que tocar esta «casa de la diferencia» más como una sinfonía donde a cada momento se siguen incorporando instrumentos? (y a veces desafina, claro, pero la llamada al reajuste permite, de nuevo, no instalarse en la autocomplacencia por mucho tiempo).

 

Una práctica política que desplaza la mirada de la propia autorreferencialidad, marginación y extrañeza (elementos recurrentes en el eslabón perdido convertido en sujeto revolucionario) para posarla inquisitivamente en la forma en que se producen los mecanismos de la propia expulsión del centro a los márgenes, al espacio de lo no-Uno, es una práctica política cuyos instrumentos ópticos pueden rastrear esa sinfonía, situaciones diversas, alianzas deseables, re-conocimientos plurales, los múltiples lugares de lo político, las increíbles formas de la rebeldía. Abandonemos las esencias. La reflexión en torno a la producción de subjetividades, la construcción de identidades marcadas por su sexo-género-deseo-clase-etnicidad... o sobresaturadas por todo ello (¿sería nuestro posmoderno sujeto revolucionario mujer negra bollera precaria...?), está en el centro de una intervención crítica que considera que el lema «lo personal es político» fue efectivo como herramienta en su momento, pero sigamos más allá, ahora lo cotidiano es político y nuestra política es de lo cotidiano.

 

La crítica a la centralidad del sujeto de poder (varón, blanco, heterosexual, occidental, con voluntad de imposición, control y dominio expansivo), la negativa a su narración de la historia, de la ética, lo económico, lo afectivo, lo político, lo verdadero-bueno-bello, por supuesto concierne a las mujeres, pero no sólo. La rebelión ante cualquier intento suyo de imposición de poder ha de ser múltiple y constante, y la quiebra con el convencimiento de la existencia de un sujeto privilegiado de esa rebelión, es la clave que posibilita el re-conocernos en otras luchas e intervenciones. La Eskalera Karakola trabaja un espacio que alberga esta reflexión, que experimenta con la identidad mujer, o mejor, con las múltiples posibilidades de la ficción «mujer», no desde una perspectiva esencialista, reificante, sino como una situación crítica posible en alianza con otras.

 

Desmantelar los pilares de la Razón que lo Rige Todo, es desmontar también sin descanso nuestra propia razón, mantenernos alerta para no reproducir los mecanismos de la expulsión de la diversidad, para no construir de nuevo un relato falso y ofensivo, una política donde no cabe nadie; ser conscientes de la utilidad de las ficciones políticas, pero no olvidarnos de su cualidad ficcional. Un ojo aquí y un ojo puesto lejos, en desentrañar el marasmo de ficciones que nos enreda (en) ese mundo global, globalizado, globuloso, globe-trotter.

 

Retóricas del género; Escuela de feminismo(s); El sueño colectivo; Precarias a la deriva; Sexo, mentiras y precariedad; La casa de la diferencia..., tanto como nuestra presencia en otros espacios compartidos, son experimentos que escudriñan en ese «qué hacer con lo que han hecho de nosotros»; porque la producción de subjetividades-otras no es sólo un hecho de voluntad, la pre-construcción que amenaza con someternos tirándonos constantemente de los tobillos, concierne a ámbitos que superan lo local, la acción inmediata de La Eskalera Karakola. De este límite somos conscientes, por eso nuestra apuesta es intentar superarlo mediante una política del re-conocimiento y alianza, más que mediante una polipresencia obturada en la mentira de «estar en todas partes, tocar todos los palos, dejarse ver en todos los frentes de lucha». Asumir los límites refleja la voluntad real de saltárselos, entrando en diálogo con diversas localizaciones, abandonando el miedo a habernos equivocado, a dejarnos transformar, a alterar el mundo a nuestro paso.

 

 

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