Accion feminista y GUBERNAMENTALIDAD

la emergencia publica de la violencia contra las mujeres[1]

 

Begoña Marugán Pintos

Cristina Vega Solís

 

 

 

La emergencia de la violencia contra las mujeres

 

 

El cuerpo violentado de las mujeres maltratadas está siendo objeto de un profuso debate. Al rastrear los discursos que se van conformando en torno a este debate asistimos a la preeminencia de una práctica de gobierno –a la que Foucault denominó gubernamentalidad (1978)– que además de haber impulsado en los últimos años una serie de dispositivos jurídicos, penales y asistenciales de carácter específico –en el Código Civil y Penal, a través del Servicio de Atención a la Mujer de la Policía Nacional, del Equipo de Mujeres y Menores de la Guardia Civil, del Servicio de Atención a la Violencia Doméstica, del Protocolo de actuación Sanitaria, etc–, ha promovido el desarrollo de un conjunto de saberes especializados –estadísticas y toda clase de datos sobre las maltratadas, perfiles de maltratadores  y víctimas, tratamientos médico-psicológicos, medidas de alcance europeo y mundial, guía de buenas prácticas, etc– que han ido transformando la percepción y los modos de abordar esta cuestión y, en definitiva, la relación entre las mujeres y el Estado.

 

La complicidad, frecuentemente señalada en la teoría feminista, entre Estado, capitalismo y patriarcado heteronormativo, fuertemente cohesionados en la perpetuación de las jerarquías de género en la familia, en el sistema productivo y en los ámbitos públicos[2] ha dado paso en unos cuantos años a un nuevo panorama en el que cabría pensar que el Estado se ha situado "del lado de las mujeres" convirtiéndose en abanderado, garante y gestor de la libertad de estas últimas frente a aquellos hombres que aún pretenden beneficiarse por la fuerza de un orden social heredado en aparente contradicción con los principios de la ciudadanía (neo)liberal. Esta percepción nos sitúa nuevamente ante la relación entre las mujeres y los discursos y las prácticas que emanan del Estado, ante las transformaciones del papel del este último que, como señalan algunas autoras feministas, ha sido una de las principales bajas de la teoría social reciente, y ante las formas en las que hoy se ejercer el gobierno y, en un sentido general, el poder (Pringle y Watson 2002).

 

El cambio fundamental en el gobierno, tal y como lo entiende Foucault, se refiere a la entrada de la vida en la política. De acuerdo con Lazaratto, para Foucault, las técnicas de poder cambian a partir de la integración de la economía (en tanto que gobierno de la familia) y la política (en tanto que gobierno de la polis). La cuestión, en adelante, se refiere a “la manera de gobernar como es debido a los individuos, los bienes, las riquezas, como puede hacerse dentro de una familia, como puede hacerlo un buen padre de familia que sabe dirigir a su mujer, a sus hijos, a sus domésticos, que sabe hacer prosperar a su familia, que sabe distinguir para ella las alianzas que le conviene. ¿Cómo introducir esta atención, esta meticulosidad, este tipo de relación del padre con su familia dentro de la gestión de un Estado?” (Foucault 1991,p.14). Y ¿cómo, siguiendo a Pateman, en esta entrada se produce una alianza fraternal, un contrato socio-sexual, que no responde ya al poder del padre sino al de los hombres, en sentido genérico, sobre las mujeres? (Pateman 1988).

 

La gran novedad de los nuevos dispositivos biopolíticos de gobierno es justamente que no revisten un carácter estrictamente represivo sino que se apoyan en el carácter productivo de la existencia social, del cuerpo social; aspiran a “mejorar la suerte de la población” y lo hacen profundizando en la acción de los propios sujetos sobre sí mismos y sobre los otros. El poder, en esta aproximación, multiplica sus puntos de condensación haciéndose inmanente en todas las relaciones sociales. “El problema político fundamental de la modernidad no es el de una causa de poder único y soberano, sino el de una multitud de fuerzas que actúan y reaccionan entre ellas según relaciones de obediencia y mando (…) La biopolítica, observa Lazarrato, es entonces la coordinación estratégica de estas relaciones de poder dirigidas a que los vivientes produzcan más fuerza” (2000, p. 11).

 

La emergencia de la violencia de género se inscribe en esta transformación fundamental de las modalidades administrativas. En efecto, la violencia ha pasado de ser un secreto ignominioso, siempre insuficientemente guardado y regulado en el seno de las parejas, las familias y las comunidades a ocupar en nuestros días un lugar destacado entre los fenómenos de intervención estatal y mediática. De acuerdo con Foucault, en los Estados administrativos “gubernamentalizados”, las familias han dejado de ser un modelo para el gobierno del Estado –el del cabeza de familia que dirige y controla todo lo que sucede en su casa- para convertirse en un instrumento privilegiado del gobierno de la población. Es a través de la familia como el Estado puede organizar ámbitos de la existencia de los individuos como la maternidad, la prevención de la salud, la reproducción de la fuerza de trabajo, el consumo, la asistencia y el cuidado a las personas, etc. cuyas dinámicas se sitúan al margen del marco jurídico de la soberanía (1978, pp. 21-23). La relación de poder que implica la violencia, una relación que se extiende desde lo infinitesimal hasta abarcarlo todo –la identidad, la cultura, la reproducción, el lenguaje, etc.–, y las resistencias y contra-posiciones que suscita son aprehendidas en una nueva modalidad de dominio sobre los cuerpos. Gobernar la violencia se convierte, por lo tanto, en un modo de gobernar a las mujeres introduciendo una acción externa, de expertos, jueces, policías, etc., y simultáneamente interna a cargo de las propias mujeres en su relación con las distintas instancias de poder y con los hombres.

 

Las fuerzas sociales hegemónicas desde el Estado y la comunicación se han decidido a hablar sobre la violencia erigiéndose en las auténticas "especialistas" de nuestro tiempo. Se suceden, especialmente por parte de las instituciones, discursos en los que se subraya que este fenómeno concierne al conjunto de la sociedad y se advierte sobre el paso adelante dado gracias al creciente compromiso de los organismos públicos y los medios de comunicación en su visibilización. Informativos, reality shows, informes y estadísticas, investigaciones, cursos de expertos y campañas de prevención no son más que algunas de las formas que adopta el interés que se ha generado en torno a un tipo de violencia que hace no tanto únicamente interesaba a aquellas que aspiraban a abolirla mediante la lucha política. Así, comunicadores y políticos actúan como auténticos dinamizadores en un debate que ha desplazado a un segundo o tercer plano el componente de agitación y transformación social que hace unos años tuvieran las luchas en contra de las agresiones.

 

No cabe duda de que nos encontramos ante un hecho novedoso, sorprendente incluso, para quienes han luchado durante años por desnaturalizar y acabar con esta clase de violencia. El feminismo en tanto motor político y simbólico en la emancipación de las mujeres, herramienta de análisis de las formas de explotación y dominación de las mismas en distintas sociedades, catalizador de hábitos nuevos y alegres y enunciación colectiva y visible de una multitud de deseos femeninos individuales ha sido un elemento clave para entender este fenómeno. En sus distintas expresiones, ámbitos de acción, ubicaciones geográficas, objetivos y encrucijadas, el feminismo ha producido nuevas subjetividades femeninas que han alternado irremisiblemente las relaciones de poder entre las mujeres y los hombres constituyéndose en un referente fundamental, aunque no siempre admitido o entendido del mismo modo, para muchas mujeres. En este sentido, la presión ejercida desde estas subjetividades resulta clave a la hora de nombrar y dar presencia en lo público a este tipo de violencia.

 

Si atendemos a la visibilización de la violencia contra las mujeres[3] en el Estado Español, hoy por hoy expresada por el número de denuncias, veremos cómo, hasta el año 1997, el aumento de las mismas coincide con momentos álgidos en la movilización y la denuncia social (véase el cuadro n° 1). Tras un periodo de estancamiento, esta dinámica cambia, y el protagonismo que anteriormente jugara el movimiento feminista (MF) cede ante el papel que en adelante desempeñarán los medios de comunicación y los organismos institucionales o seminstitucionales, con el consiguiente cambio en la comprensión y los modos de abordar esta cuestión. El cambio en la enunciación del "problema" ("abuso", "malos tratos", "agresiones", "violencia machista", "violencia doméstica", "violencia contra las mujeres", "terrorismo doméstico", etc.) no sería más que una de las manifestaciones de la transformación general del discurso sobre/contra la violencia, un discurso que en el Estado Español se inicia en la década de los 70 y tiene al movimiento feminista como primer enunciador.

 

Tal y como explicaremos más adelante, los cambios en las concepciones feministas que se han producido a lo largo de las últimas décadas han ido desplazando los campos de intervención del MF, entre ellos, el de la violencia. Así, en lo que se refiere a ésta última, el espacio reivindicativo de los 80, ocupado por grupos de mujeres locales o temáticos como las Comisiones Anti-Agresiones, se transformó en los 90 en un espacio de atención o asistencial dirigido a las víctimas (espacio inexistente con anterioridad) más o menos autónomo con respecto a las instituciones que en los últimos años ha consolidado su posición y su dependencia con relación a las mismas (véase el cuadro n° 2). En este sentido, el Estado empleará y aprovechará todo el potencial, esfuerzo, conocimiento y entusiasmo desplegado por las organizaciones feministas durante la década de los 80 para ponerlo al servicio, como explicaremos más adelante, de una racionalidad propia (Bourdieu 1999, pp. 291-304).

 

Antes de adentrarnos en la caracterización de este desplazamiento político en el tratamiento de la violencia en el Estado Español, así como a la gestión institucional de la misma, consolidada a lo largo de la última década, nos referiremos brevemente a la encarnación o corporeidad como un instrumento central de las políticas feministas y, en particular, de las políticas contra la violencia.

 

El cuerpo contra-puesto

 

La política feminista a partir de los 60 y hasta la actualidad se caracteriza en lo fundamental por ser una política del cuerpo, primeramente cuerpo colonizado y, a continuación, atravesado o inscrito[4]. La percepción histórica de las mujeres como "más cuerpo" (frente a los hombres, "más mente") y, en cierto sentido, como cuerpo definido según las determinaciones de la ciencia, y en particular de la biología, es uno de los ejes de intervención fundamental del feminismo de la segunda ola, que en la teoría arranca de la obra de Simone de Beauvoir. A diferencia de ésta última, las aportaciones más recientes no contemplan el cuerpo como obstáculo para la liberación, sino precisamente como un campo extremadamente rico de intervención política más allá de la ideología y la biología.

 

El cuerpo es, en primer lugar, experiencia del cuerpo sexuado, aunque también racializado. Fenómenos sociales como la violencia contra las mujeres, la sexualidad, la maternidad, la esclavitud, la anorexia y la totalidad de los modos en los que el cuerpo se conforma de acuerdo con los hábitos que hacen al género contribuyen a la politización de un campo personal-privado[5] anteriormente relegado o directamente ausente en las luchas sociales. La expresividad del cuerpo, especialmente del de las mujeres, en tanto exceso o fuente simultánea de placer y peligro que ha de ser controlada y disciplinada hace emerger el carácter no-natural, producido y productivo, de los cuerpos sexuados (Vance 1989). Por otro lado, la aportación fundamental de los conocimientos situados y de la política de la localización a partir de la década de los 80 reconoce la mediación de prácticas y discursos y cuestiona "los presupuestos ontológicos y metafísicos y aboga por la necesidad de una mayor responsabilidad y conocimiento del propio lugar de enunciación" (Casado 1999, p.82). El cuerpo, en tanto localización inmediata que conforma el lugar y el campo perceptivo y sitúa el punto de vista, implica una materialidad ubicada e inmersa en un proceso histórico.

 

El cuerpo, en esta perspectiva, debe ser entendido, al menos, con un doble significado: como locus de interpretaciones culturales, el cuerpo es una realidad material que ya ha sido localizada y definida dentro de un contexto social; además, el cuerpo es la situación de tener que asumir y representar una y otra vez el conjunto de interpretaciones recibidas sobre el mismo. La corporeidad, en palabras de Elizabeth Grosz, puede contemplarse como la condición material de la subjetividad (1999, p.381). La diferencia sexual no constituye un punto de partida que se verá condicionado por una existencia social particular sino justamente de llegada o mejor habría que decir, de tránsito. Es en este sentido en el que Butler (1989, 1993, 1999, 2000) habla de la «interpretación vivida de una anatomía sexualmente diferenciada», y sostiene que ésta está menos restringida por la anatomía que por las instituciones culturales que convencionalmente han interpretado esa anatomía. El vínculo que de acuerdo con el sistema sexo/género (Gayle Rubin 1993) se establece entre: (a) la bipolaridad de las categorías naturales de las mujeres y los hombres, (b) el modo diferenciado de entender la feminidad y la masculinidad en tanto categorías culturales y, finalmente, (c) la adscripción de la sexualidad según un modelo heterosexual responde a una convención cuyo fin es producir sujetos "normales" que reproduzcan la sociedad "normalizada". Así pues, si asumimos el carácter construido del cuerpo como cuerpo sexuado nada impide pensar en la posibilidad de que esta categoría pueda cambiar a medida que las sociedades se transforman o participar en combinatorias aún inexistentes.

 

Desde esta aproximación, el cuerpo es soporte y materia expresiva, resultado y origen del proceso ininterrumpido de la semiosis[6]. El sujeto corporeizado no sólo padece, asume o reproduce los significados sociales sino que se convierte en agente que "existe" su propio cuerpo como una forma personal de asumir y (re)interpretar las normas de género recibidas. La política del cuerpo como acción individual y colectiva sobre sí abre, de este modo, un campo de actuación que se basa justamente en la intervención de los sujetos en el modelo constituido como hábito a través de su continua puesta en escena de la producción e interpretación ritualizada del sistema sexo/género. El derecho a la autodeterminación del propio cuerpo, enfrentado o "contra-puesto" al ejercicio del poder pero también "puesto", es decir, constituido por las relaciones de poder en el seno de las familias, de acuerdo con los dictados de la iglesia o el mercado y en conformidad con la hegemonía de los hombres, se convertirá desde mediados de los 70 en la piedra angular de los discursos y las prácticas feministas (Bordo 1999, p. 251).

 

La experiencia femenina de la violencia que se ha inscrito en el cuerpo de las mujeres, cuya vulnerabilidad conforma una disposición constante e interiorizada del ser-mujer, no precisa del acto violento individualizado. Se sustenta sin necesidad de este último gracias al temor y al propio autocontrol y constante entrenamiento de quienes son susceptibles de convertirse en víctimas. Las mujeres, en adelante ciudadanas, "sujetos de derecho" de segunda categoría con un pie en el mundo público y otro en la invisibilidad de lo privado asistirán a la intervención creciente del Estado en áreas selectivas de la reproducción[7]. Las respuestas a las demandas del movimiento feminista en el ámbito de la violencia, de las agresiones sexuales, de la violencia doméstica, del acoso y, más recientemente, de la violación como arma de guerra o la apelación al derecho internacional en lo que se refiere a mujeres que habitan en regímenes patriarcales tremendamente opresivos, formuladas ante el Estado (o la "comunidad internacional"), han tenido hasta hace no mucho una respuesta tímida a pesar de tratarse literalmente de la vida de las mujeres (de aquellas, claro está, reconocidas como ciudadanas).

 

En el Estado Español, sólo recientemente hemos asistido a la intervención estatal en la (re)formulación, distribución e invocación de derechos que atañen a la integridad y libertad de las mujeres. Los efectos, a menudo perversos, de control (e.g., regulación del alcance e intensidad de la violencia), despolitización (e.g., individualización del "problema" vis a vis el Estado) y espectacularización (e.g., identificación reduccionista de violencia con muerte) precisan de un análisis más detallado (Marugán y Vega 2002).

 

En lo que sigue, trataremos de reconstruir el desplazamiento que en los discursos sobre la violencia contra las mujeres se ha producido a lo largo de las últimas dos décadas. Un desplazamiento que toma las políticas del cuerpo iniciadas por el Movimiento Feminista –la valorización feminista de la autonomía sexual y reproductiva, la afirmación del deseo como motor de la emancipación, el cuestionamiento de la heteronormatividad, el carácter colectivo de la lucha contra el miedo y la invisibilidad, etc.– traduciéndolas de acuerdo con una lógica instrumental múltiple que difumina las relaciones de poder y aborda los conflictos en términos de gestión.

 

El discurso feminista de los 80

 

1. Derechos civiles y políticas del cuerpo

 

Para el Movimiento Feminista español, nacido en 1975[8] (Miranda y Abril 1978, p. 219), el cuerpo constituye un eje central que atraviesa la experiencia conjunta de las mujeres y se insinúa en todos los hechos sociales. El cuerpo, al renegar de la concepción biologicista, se desnaturaliza convirtiéndose en depositario del orden social. La revolución sexual, promovida por el feminismo, rompe entre otras cosas con este orden natural. La introducción de los anticonceptivos[9], absolutamente contraria a los principios del nacional-catolicismo, durante la fase final del régimen franquista fue fundamental para que las mujeres dieran un primer paso en el control de sus cuerpos.

 

Teóricas como Christine Delphy y Shulamith Firestone entendían que la explotación sexual –la apropiación del cuerpo de las mujeres por parte de los hombres para la reproducción– era el punto de partida, y la familia el núcleo básico en el que se apoya y reproduce la estructura de poder de los hombres. En 1980, Alice Schwarzar escribía en un libro que tuvo una gran influencia entre las feministas del Estado Español: “la sexualidad es al mismo tiempo espejo e instrumento de la opresión que sufren las mujeres en todas las esferas de la vida”, reproduciendo de este modo una visión extremandamente opresiva y sobredeterminada de la sexualidad en el seno de las relaciones heterosexuales (Flax 1990); una afirmación que aspiraba, como tantas otras de entonces, a producir un extrañamiento en la identificación de las mujeres como cuerpo sexual-reproductor para los hombres.

 

En el postfranquismo, las feministas comenzaron a analizar las relaciones estructurales de poder entre hombres y mujeres en el patriarcado. En este contexto, acabar con el poder exigía recuperar el propio cuerpo que, en aquel momento, se entendía como cuerpo colonizado, es decir, sometido a múltiples capas de opresión que no permitían comprender la auténtica expresividad del mismo. La consigna “Nosotras parimos, nosotras decididos”, coreada frecuentemente durante las movilizaciones de la década de los 80, marca una línea de avance en lo que concierne al derecho de las mujeres a decidir por sí mismas más allá de las determinaciones de médicos, jueces, políticos, padres, maridos o compañeros. La lucha por el derecho al aborto libre y gratuito, cuya liberalización sigue pendiente veinte años después, centró gran parte de la actividad del movimiento durante aquellos años.

 

La idea del cuerpo como lugar en el que se ejercita el poder y la posibilidad de la autodeterminación en el campo de la sexualidad y la reproducción va cobrando fuerza. Tras el referéndum del 6 de diciembre de 1978, las mujeres aparecen en la Constitución como seres reconocidos legalmente y, varios años después, en 1981, el Código Civil[10], tras largos años de cosificación femenina, comienza a reconocer a las mujeres en su condición de sujetos de derecho.

 

El reconocimiento civil sólo era un paso. El movimiento feminista aspiraba a destronar la dicotomía que ampara la subordinación femenina dividiendo el mundo entre el ámbito público y el privado. "En la definición de la mujer a través de 'lo privado' es donde el pensamiento feminista sitúa el principio de su opresión" (Molina 1994p.237). Las críticas señalan el profundo carácter patriarcal de esta segmentación de la realidad que concierne tanto a las supuestas características naturales de los sexos, la celebre adscripción sexual de la naturaleza y la cultura, como a una concepción de la sociedad civil que prescribía el carácter doméstico-privado de todo lo concerniente a la reproducción.

 

La popular consigna “lo personal es político” inaugura un vasto campo en el que desarrollar una nueva concepción de la política (Vega 2002). La política se introduce en la sexualidad, inexistente, constreñida, reprimida y limitada por la normatividad de la pareja heterosexual, de la familia y de los imperativos reproductivos. La lucha por el “derecho al propio cuerpo” y por las múltiples formas de habitarlo se había iniciado[11]. “Es hora de desenterrar el hacha de guerra y de decir que sí, que tenemos sexo, que somos seres sexuales y que nuestra relación con nosotras mismas y con nuestros cuerpos, con las mujeres y los hombres y los cuerpos de esas personas, con la naturaleza y con el entorno en que vivimos ha de abrirse camino y desarrollarse” (Pineda 1980,p.6). En junio de 1983 se organizan en Madrid las primeras Jornadas sobre Sexualidad. “La defensa del derecho de las mujeres a abortar la acompañaron [los grupos Pro-Derecho al Aborto] de la denuncia de la sexualidad patriarcal que hace del hombre el centro de la sexualidad, que impone la norma heterosexual como única relación “natural” negando el lesbianismo y la homosexualidad” (Comisión Pro-Derecho al Aborto 1985, p.355).

 

2. La violanción en la batalla por la reforma del Código Penal

 

La tematización de la violencia pronto surgió en los discursos feministas, fundamentalmente en su vinculación con la libertad sexual y la irrupción de la política en la esfera privada, por ejemplo, y tal y como advierte el Grupo de Mujeres Separadas y Divorciadas, a partir de los procesos de divorcio. La violación –anteriormente considerada como agravio a los varones de la familia– pasa a considerarse una de las manifestaciones más importantes de la violencia contra las mujeres. El derecho al cuerpo significaba poder disponer de él en todos y cada uno de los espacios y tiempos de la vida. Las consignas de aquel momento se centraban en el deseo de “caminar tranquilas”: “la calle y la noche también son nuestras”. La denuncia de la violencia contra las mujeres tuvo dos objetivos claros: reprobar socialmente la violación y llamar la atención sobre la violencia que conlleva la imposición de la heterosexualidad. En un manifiesto del 8 de Marzo de mediados de los 80 se podía leer: “la violación es fundamentalmente un acto de agresión y ejercicio de poder de los hombres contra las mujeres. Es la manifestación más extrema de la persecución sexual de todos los días”.

 

Sin embargo, la extensión de la lucha no hacía sino evidenciar los problemas a los que se enfrentaba la politización feminista de lo privado. La imagen dominante de la violencia que se manejaba en aquel periodo era la de los violadores extraños a la víctima y la agresión en la calle. Esto determinó que los discursos del movimiento estuvieran centrados en la denuncia pública de las violaciones. A partir de los primeros datos difundidos por la prensa y de las informaciones recogidas desde los bufetes jurídicos[12] y las comisarías, el Club Vindicación Feminista aseguró que, a principios de los 80, se cometían en España unas 15.000 violaciones anuales.

 

Con la creación del Instituto de la Mujer[13] se inicia alguna campaña institucional de denuncia, se crean las unidades especiales de mujeres policías y las comisarías de policía comienzan a recoger datos estadísticos. Sin embargo, y a pesar de la extensión del fenómeno, lo cierto es que el número de denuncias es muy limitado; la causa de este hecho reside en que “las agresiones a las mujeres están incrustadas en un tejido de la sociedad donde la sexualidad masculina va ligada al poder de un sexo sobre el otro, lo que implica unos papeles sociales y sexuales de hombres y mujeres ” (Frente Feminista de Zaragoza 1988, p.3). Esto es así hasta el punto de que los delitos de violación aparecen en el Código Penal bajo el título de delitos "contra la honestidad"[14].

 

A pesar de las limitaciones que aún hoy representa la producción de datos sobre la violencia[15], éstos, junto al conocimiento directo de las víctimas por parte de determinados colectivos de mujeres supuso la creación de comisiones especializadas en el seno del movimiento. A medida que se producía un análisis sobre esta cuestión, los grupos comenzaron a denunciar “la inexistencia de servicios públicos para atender a mujeres violadas y la necesidad de las agredidas de ser escuchadas y encontrar soluciones a corto plazo” (Dones de L´Hospitalet 1988, p.127).

 

Por otra parte, las comisiones de mujeres abogadas llamaron la atención sobre los obstáculos legales en los casos de malos tratos y violencia doméstica, así como sobre el incumplimiento de la legislación existente. En las comisarías y los juzgados se valoraban las agresiones como “riñas domésticas”; las denuncias no llegaban a tramitarse y, en caso de llegar a juicio, los propios jueces instaban a las mujeres a perdonar a su agresor, y las penas que se imponían resultaban absolutamente ridículas (Molina 1988). En 1985, en un clima de cierta sensibilidad social hacia el tema, las instituciones se ven obligadas a aceptar ciertos planteamientos feministas sobre la necesidad de auxiliar a las mujeres. Se inician campañas de información sobre las agresiones sexuales y se abren las primeras casas de acogida.

 

Las tímidas respuestas institucionales no pueden compararse con el sentimiento de las activistas; “éramos conscientes de que hacíamos todo lo que estaba en nuestras manos, pero siempre venía a nuestra cabeza la impotencia que sentíamos. Nos costaba confiar en nuestra propia fuerza, en nuestra capacidad de respuesta” (Grupo Anti-Agresiones de Euskadi 1988, p.317). Esta reflexión es la que anima una de las consignas más potentes del movimiento: "ninguna agresión sin respuestas”. La autodefensa y la autoafirmación colectiva frente a las agresiones formaban parte del horizonte de la lucha feminista que finalmente acabo centrándose, a finales de los 80, en torno al debate sobre la reforma del Código Penal[16]. La publicación que lanzó la Comisión Anti-Agresiones y la Coordinadora de Grupos de Mujeres de Barrios y Pueblos de Madrid –“Ante la violación: responde. Reforma del Código Penal ¡ya!”– subraya el objetivo fundamental en lo que a la respuesta feminista se refiere.

 

El texto y la campaña en su conjunto provocaron un largo debate en el seno del movimiento. En torno suyo se aglutinaron muchas mujeres de distintas corrientes. La siguiente reflexión expresa una de las limitaciones con las que se topó esta campaña:

 

“El estado de opinión emergente al que vino a dar respuesta la reforma penal se había creado a partir de los objetivos políticos diseñados desde el Instituto de la Mujer que recogía, bien es cierto, reivindicaciones anteriores del movimiento de mujeres, movimiento que conocía ¿cómo no? la realidad de las mujeres, sobre todo a partir de experiencias tan ricas como las de las casas de acogida, la comisión de investigación de los malos tratos, los despachos profesionales de abogadas y los servicios sociales. Con demasiada facilidad el poder se apropia, reinterpreta y asimila las aspiraciones de los movimientos alternativos, entre ellos, de manera significativa los del movimiento feminista. El tratamiento que se dio desde la perspectiva legislativa a esa terrible problemática, manifestación ejemplar de la discriminación, supone una situación paradigmática de cómo el sistema es capaz de deglutir, reinventar y rentabilizar políticamente los conflictos” (Sáez 1995, p. 2).

 

La movilización por la Reforma del Código Penal finalizó en 1989 con la sustitución del título “delitos contra la honestidad” por el de “delitos contra la libertad sexual”. Se introdujo por primera vez el término “agresión sexual” y en los Artículos 419 y siguientes se regula la violación, también la anal y la bucal, que anteriormente no figuraban como tales. Tras el éxito obtenido, las Comisiones Anti-Agresiones empezaron a disolverse[17]. La emergencia pública de la violencia, que tuvo su apogeo a finales de la década de los 80, protagonizada en las calles por el movimiento feminista, se transforma e incluso desaparece, salvo algunas excepciones, como reivindicación fundamental en el feminismo de los 90. De hecho, en las Jornadas Feministas estatales “Juntas y a por todas”, celebradas en Madrid en diciembre de 1993, no hubo ninguna comunicación relativa al tema. El MF se retiraba de este espacio político que únicamente siguió tratando la Federación de Mujeres Separadas y Divorciadas, que ya llevaban años trabajándolo.

 

El discurso contra la violencia de los 90. La intervención mediática e institucional

 

Se abría, de este modo, un paréntesis que duraría casi una década. El problema de la violencia contra las mujeres sólo reaparece puntualmente durante los 90 y casi siempre en relación con polémicas legislativas. En 1995, en medio de una propuesta de Reforma del Código Penal a cargo del PSOE, tuvo lugar la violación y asesinato de las jóvenes de Alcasser, un hecho que pronto se convertiría en un acontecimiento mediático en clave de reality show sin precedentes en nuestro país. La respuesta popular, poderosamente influida por los mensajes televisivos, se tradujo en la exigencia de la intensificación de las posturas punitivas que se extendió incluso hasta alcanzar a los propios movimientos sociales. El Ministro de Interior promete endurecer las penas frente a las agresiones sexuales en la calle. Nuevamente en el seno del MF se reabre un debate en torno a la judicialización y las penas que originará diferencias entre los distintos grupos (Zabala 2000, pp. 444-445). Pese a lo regresivo del momento, la Reforma del Código[18] sale adelante y gracias a las presiones del movimiento no se equipara la pena de violación con la de asesinato.

 

Rosa Fernández, del Frente Feminista de Zaragoza, valoraba la evolución de las ideas feministas sobre la violencia en las Comisiones Anti-Agresiones durante este periodo del siguiente modo:

 

 “(…) el panorama que teníamos ante nosotras era muy diferente del actual. (...) Eran los años en que las provocadoras actuaciones y reivindicaciones del Movimiento Feminista, que cuestionaban los más firmes pilares de la sociedad en que vivíamos, molestaban a amplios sectores que nos definían con todo tipo de calificaciones despectivas, eran años en que audacia y osadía crean escándalo en una sociedad que no está acostumbrada a que las mujeres nos organicemos y luchemos contra unas conductas y estereotipos que daban por hechos naturales en la mujer (....). Hasta principios de los años noventa, fueron años muy ricos en debate y en experiencias concretas, sin embargo tras esta fase de eclosión y creatividad vino una disminución en la actividad. Las razones eran de diversa índole, pero sobre todo nos sentíamos bastante impotentes ante una sociedad que ya daba por trasnochado y asumido el discurso feminista y pretendía resolver la problemática que implica la violencia sexista haciendo abstracción de causa y origen, de alguna manera, se nos usurpa el discurso formal, sin comprender, ni atender, al fondo del mensaje” (Fernández 2000, pp. 452-453).

 

Dejando a un lado la apropiación del discurso feminista, previamente vaciado de contenido, la Coordinadora de Organizaciones Feministas, al centrarse casi únicamente en las demandas dirigidas al Estado desatendió otras dimensiones centrales en la continuidad de la lucha. De hecho, el techo que se fijó en las reformas planteadas en un periodo político de desestructuración de los movimientos sociales redujo al silencio, en lo que a la violencia contra las mujeres se refiere y salvo momentos puntuales, a la Coordinadora. El movimiento pasó, a finales de los 90, de ser un agitador de la mentalidad dominante a un enunciador de segundo orden, cediendo ante el nuevo papel de los medios de comunicación.

 

A partir de diciembre de 1997, los medios de comunicación empezaron a jugar un papel fundamental en la dramatización de la violencia al conseguir conformar un público para la misma. En la batalla por las audiencias y el número de tiradas que sostienen los poderes económicos que sustentan a los grandes medios, prendió la chispa que hizo saltar a la escena pública el sufrimiento que tantas y tantas mujeres estaban experimentando en lo privado. La industria de la noticia, en ésta como en otras cuestiones, precisa de gestos excepcionales y de la publicidad (Eco 1997). El asesinato de Ana Orantes, el 4 de diciembre, de 1997, a manos de su exmarido, tras hablar en un programa televisivo sobre el maltrato que había recibido, constituye quizá uno de los primeros y más claros ejemplos de este proceso.

 

La aportación de las feministas quedaba, de este modo, en el olvido. Es como si este problema se “descubriera por primera vez”, en esta ocasión, desde una mirada sensacionalista e individualizadora. Al centrarse en las consecuencias de la violencia doméstica, más que en el origen o causas profundas de la misma, los medios consolidan la idea predominante, ya expresada en alguna campaña institucional, de que la solución pasa necesariamente por la denuncia. Los mensajes reduccionistas del tipo “Tan sólo tienes que mover un dedo” (para marcar el teléfono y realizar la denuncia) o “La solución está en tus manos” contribuyeron a simplificar la complejidad y dificultad de un proceso en muchos casos largo y doloroso, además de cargar a las maltratadas con la responsabilidad única en la solución de lo que en adelante se entenderá como un problema individual.

 

En este sentido, el discurso de los medios de comunicación y de las propias instituciones públicas es fundamentalmente autorreferencial (APDH 1999) y lejos de cuestionar el papel que juega la violencia en el patriarcado, lo legitima y refuerza. En el perverso juego de las apariencias, los medios de comunicación parecen “haber sacado a la luz” el problema de la violencia familiar contra las mujeres, sin embargo, se limitan a hablar del asesinato y de los casos de agresiones más brutales, en los que las mujeres se convierten exclusivamente en víctimas sin voz. En los medios, las mujeres maltratadas vuelven a aparecer únicamente como cuerpos inertes, magullados, apaleados, amoratados, sin capacidad de decisión, cuerpos pacientes privados de la capacidad de ser. No hay tras estas noticias fragmentadas más que una nueva reproducción de otras modalidades de violencia sobre las que se sustenta la física, como el empleo de la violencia como arma de guerra, la que conlleva la vulnerabilidad económica de las mujeres, sobre todo de aquellas que, como las inmigrantes, carecen de derechos, o la simbólica que reduce a las mujeres a cuerpos objetualizados, bellos para el consumo placentero en la publicidad y golpeados para el consumo morboso convertido en espectáculo de masas.

 

A pesar de los aspectos negativos de estas representaciones (Marugán y Vega 2002), resulta evidente que han sido los medios de comunicación los que han visibilizado, esta vez ante el gran público, el problema de la violencia conformando una intensa producción subjetiva en torno a esta cuestión. Por ello, cuando en el año 1998, los asesinatos de ETA producen un impacto decisivo en el imaginario colectivo gracias a una fuerte campaña mediática en la que se produce una movilización masiva de la población frente al terrorismo, en aquel entonces convertido en único problema social y político del país, la Federación de Mujeres Separadas aprovechó esta situación para llamar la atención sobre lo que desde ese momento se acuñó como "terrorismo doméstico".

 

A lo largo de los últimos cinco años, el maltrato doméstico, en sus aspectos más brutales, ha adquirido el estatuto de problema social. El aumento sostenido de las denuncias se ha acrecentado como resultado de una serie de campañas institucionales[19] y mediáticas, en las que la desnaturalización de la violencia corre a cargo de otros actores directos o indirectos (como las ONGs y las empresas contratadas por los organismos públicos para la gestión de los dispositivos asistenciales) y en las que se produce un nuevo marco interpretativo, más acorde con la intervención pública especializada.

 

Gobernar la violencia

 

En otro texto hemos caracterizado el gobierno[20] actual de la violencia a partir de tres procesos íntimamente entrelazados: (1) la gestión de la emergencia, (2) el gobierno a distancia y (3) la emergencia del discurso de la seguridad humana. En último término, estos procesos, que exceden el modo en el que se está abordando en la actualidad la violencia contra las mujeres, remiten a importantes cambios de los Estados-nación en Europa occidental que en sus aspectos más visibles tienen que ver con el derrumbe y fragmentación de las instituciones, así como con la privatización de lo que hasta el momento se entendía como el sector público.

 

Alejado, en lo que al Estado Español se refiere, del sistema de bienestar que se extendió en mayor o menor grado en Europa durante las décadas de los 60 y de los 70, el gobierno de la violencia se inscribe en el creciente impulso que va adquiriendo una administración diseminada que ha transferido buena parte de sus funciones, “desinviertiendo” en ciertas zonas vulnerables e “invirtiendo” de forma selectiva y limitada en otras que puedan proporcionarle control y legitimidad[21]. El tratamiento público actual de la violencia contra las mujeres respondería a este último campo en el ejercicio del control encaminado a contener y pacificar el conflicto de género que se suscita en un contexto en el que las transformaciones productivas están intensificando la explotación de las mujeres, mucho más vulnerables a los procesos de desregulación.

 

Las intervenciones estatales en este terreno no pretenden acabar con la violencia, ni siquiera paliar sus consecuencias, sino limitar las manifestaciones más brutales, aquellas que en el plano simbólico representan los aspectos más llamativos de un orden de género profundamente opresivo que se aborda en términos de emergencia, es decir, como un conjunto más o menos coherente de excepcionalidades. La gestión en términos de emergencia se puede ver claramente en el diseño de los dispositivos de acogida, que se han convertido en unidades de tránsito carentes de una perspectiva global –económica, afectiva, laboral, etc.– y a largo plazo sobre lo que les sucede a las mujeres, disociados de cualquier tipo de recurso económico para las maltratadas y descoordinados en relación al campo jurídico y laboral o a otros centros de acogimiento con los que se podrían establecer acuerdos destinados a salvaguardar la tranquilidad y seguridad de las mujeres. La insistencia en la casa de acogida, algo que en un principio el MF ideó como una auténtica alternativa en el marco comunitario de las redes de apoyo feministas, actúa como catalizador en el debate bloqueando otras propuestas que, como los fondos compensatorios, no agotan los problemas que se derivan de la violencia –en definitiva, ninguna puede agotarlos por separado–, pero revisten un carácter más amplio y menos estigmatizador.

 

La excepcionalidad produce una segmentación social allí donde no existía con anterioridad. La maltratada, para la que llega a definirse un perfil específico, cada vez más determinado por componentes étnicos y de clase en el imaginario colectivo, queda de este modo separada del resto de las mujeres. Las campañas de concienciación, uno de los campos florecientes en la intervención institucional, han contribuido a este hecho mediante la producción y difusión de mensajes de carácter victimizador (Marugán y Vega 2002). Por otro lado, la “obligatoriedad” de la denuncia, aún a riesgo de provocar situaciones de peligro para las mujeres[22], y en la casa de acogida como paradigma prácticamente exclusivo de asistencia vienen a incidir en la percepción de la violencia como una disfuncionalidad controlable.

 

La normalización del estado de excepción, ya se trate de la extranjería, la violencia o el terrorismo, se convierte en una práctica de integración de los conflictos de un modo diferencial y flexible, acorde con las demandas y los intereses de carácter coyuntural. Estas demandas lo mismo pueden tener que ver con la implementación de prioridades internacionales que recomiendan determinadas políticas de género en periodos específicos más o menos extensos, como con procesos electorales que, dependiendo de los países, incidirán en ámbitos sobre los que previamente y con la ayuda de los medios de comunicación se ha generado un amplio consenso.

 

Otro rasgo fundamental del gobierno actual de la violencia se refiere a la externalización de la gestión. El tratamiento actual de la violencia es un ejemplo de la nueva racionalidad política y de las tecnologías de gobierno propias de una sociedad global en la que el Estado “está obligado a economizar su propio ejercicio de poder” a través de la movilización permanente de su conocimiento sobre los individuos, captado a través de la vigilancia a distancia y de la observación mediante el despliegue de fuerzas que operan también desde un cierto alejamiento. “La regulación será en gran medida obra de agentes no estatales” (de Marinis 1999, pp.77-78). El nuevo gobierno se sirve de técnicas que crean una aparente distancia entre las decisiones de las instituciones políticas formales y otros actores sociales más autónomos que, como las asociaciones de mujeres, vienen encargándose desde mediados de los 80 de la asistencia a las mujeres, animadas por la idea de que lo les sucede a éstas es un grado específico de lo que de uno u otro modo sucede a la mayoría[23].

 

Estas asociaciones, creadas al calor de la militancia feminista, se están enfrentando a un choque de racionalidades que ha sustituido la motivación política de partida por una lógica dominada por las subvenciones y los súbitos virages en la orientación administrativa. Apoyándose en este impulso de autonomía civil, el Estado ha externalizado gran parte de la atención generando un vínculo más cómodo y ágil que descansa, además de en las asociaciones, en un sin número de empresas subcontratadas que van rotando el tipo de servicios ofertados; hoy mujeres golpeadas, mañana ancianas y pasado jóvenes consumidores de alcohol.

 

El Servicio de Atención a la Violencia Doméstica (SAVD), dependiente del Ayuntamiento de Madrid y gestionado por una empresa privada, es un buen ejemplo de cómo la administración ha asumido la legitimidad en el plano simbólico deshaciéndose simultáneamente de las tareas de atención, coordinación y seguimiento que precisa un centro de estas características. El SAVD, con sus pautas de externalización, transferencia de responsabilidad y cuidado, desburocratización y gestión autónoma y creativa del trabajo contribuye a la precarización del empleo femenino compaginándolo con una fuerte dosis de responsabilización e implicación afectiva por parte de las trabajadoras que, de este modo, se ven desbordadas por la falta de medios y armonización entre las distintas agencias que trabajan en este ámbito. Depositando la iniciativa, por un lado, en las víctimas (en adelante gestoras de sus propios riegos) y, por otro, en las especialistas (en muchos casos con contratos en prácticas), los poderes han implantado una nueva (auto)regulación alejada de la coherencia y el compromiso económico y más próxima a la imbricación actual entre el Estado desagregado, los imperativos del mercado mundial y el nuevo papel de la sociedad civil.

 

Las evaluaciones, las monitorizaciones y las técnicas presupuestarias sirven, así mismo, para ejercer control sobre el cuerpo de especialistas asegurando su fidelidad y responsabilidad. Como hemos señalado anteriormente, la producción de datos se revela como uno de los terrenos más relevantes en el ejercicio del control en el liberalismo avanzado (Rose 1991, p. 33), como lo es también la nueva pluralización de las tecnologías sociales.

 

La lógica dominante de la denuncia y la casa de acogida, que responden a un dispositivo de segmentación y control cerrado, comienza a convivir con otras fórmulas de asistencia y control difuso como la entrega de pulseras con alarma o el sistema localizador GPS. Tal y como explican Tirado y Domenech siguiendo a Foucault en su caracterización del paso de la sociedad disciplinaria a la sociedad de control, nos hallamos ante “extituciones” que “a diferencia de lo que ocurre en la institución (...) se caracterizan por la potenciación del movimiento y el desplazamiento. No más encierro, no más reclusión, el control continuo y abierto permite que el movimiento deje de ser un problema” (2001, p. 201). En esta ocasión, las operaciones de visualización, categorización y asistencia de emergencia se realizarán reduciendo los costes, potenciando la movilidad y “dejando hacer” a las mujeres. Eso sí, al igual que como sucede con las medidas de alejamiento, son ellas y no los agresores quienes se convierten en objeto de la intervención “extitucional”.

 

Por último, la comprensión de las cuestiones políticas, incluida la violencia contra las mujeres, como problemas de seguridad (Mezzadra y Petrillo 2000, Hardt y Negri 2002), una perspectiva que ha acentuado tras el 11 de septiembre, se ha traducido en el nuevo encuadramiento de la violencia junto al resto de los apartados del enigmático campo de la “seguridad ciudadana”. Algo que estamos teniendo ocasión de ver en las campañas electorales de los principales partidos, así como en el diseño de las encuestas de opinión que se están realizando en la actualidad.

 

En líneas generales podríamos decir que el actual gobierno de la violencia invierte el proceso de politización del cuerpo impulsado por el feminismo durante los 70 y los 80, “privatizando” el cuerpo politizado y autodeterminado para transformarlo nuevamente en un cuerpo individualizado y domesticado que gestiona sus propios riesgos y maximiza lo que se juzga como elecciones y, por lo tanto, fracasos propios.

 

Este enfoque bloquea no ya una comprensión contextualizada e histórica del papel de la violencia en las relaciones cambiantes entre los géneros, sino el componente de agencia y colectividad impulsados desde el feminismo, ambos esenciales en la erradicación de la misma en el marco de las transformaciones del patriarcado[24]. En definitiva, el gobierno de la violencia apunta a un nuevo modo de regular el conflicto de género, tensionado como decíamos anteriormente por la desregulación, el declive de los recursos y políticas públicas existentes, la desestabilización y crisis reactiva del imaginario sexual dominante y la precariedad y vulnerabilidad a la que se ven sometidas las mujeres. Así pues, se ha producido una reinterpretación de la liberación feminista en clave neoliberal que al tiempo que aspira a producir mensajes legitimadores dispersos –en lo penal, en lo asistencial, en lo comunicativo, etc.– sobre la violencia y, en general, sobre las políticas de género, refuerza las segmentaciones y estigmatizaciones que el feminismo había logrado quebrar –en este caso, entre las maltratadas y el resto de las mujeres– e implanta una lógica administrativa flexible que carece por completo de la voluntad política de convertir los mensajes que se lanzan a diestro y siniestro en prácticas reales y coherentes.

 

Entendemos que el reto que estos cambios plantean al feminismo ha de ser abordado nuevamente ampliando el campo de visión y recontextualizando la cuestión de la violencia en el seno de las transformaciones actuales del patriarcado.


 

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Cuadro nº 1

Evolución de las denuncias

 
 

 

 



Cuadro 2. DISCURSOS FEMINISTAS SOBRE LA VIOLENCIA

AÑO

CONTEXTO INSTITUCIONAL.

M.F

POLÍTICA FEMINISTA

1875

Franquismo

Año internacional de la mujer.

1 Jornadas por la liberación  (clandestinas)

¬    “Explotación sexual” dominación patriarcal, proviene de la apropiación de los hombres del cuerpo mujeres: reproducción.

¬    LEGALIZACIÓN

ANTICONCEPTIVOS.

Violencia institucional

1978

Democracia. Igualdad formal, despenalización adulterio.

1ª celebración 8 de Marzo

 

1979

Convención  ONU para la eliminación de toda forma de Discriminación.

Jornadas Feministas en Granadas

 

1981

UCD

Separación y divorcio

Cambio Código Civil

Jornadas sobre el derecho al aborto.

¬    Teorías sexo/género.

¬    Acabar patriarcado pasaba por exigir el derecho al propio cuerpo: ABORTO LIBRE. ”Anticonceptivos para no abortar. Aborto libre y gratuito para no morir”.

“Derecho al propio cuerpo”.

Reprobación violencia: violaciones y la imposición heterosexual.

 

Violencia intersubjetiva.

 

¬    Principio de opresión: ubicación mujer en lo “privado”:

¬    “lo personal es político”.

violencia intergrupal.

Ni guerra que nos mate, ni paz que nos oprima”.

¬    Autonomía y autodefensa Mov.

“Ninguna agresión sin respuesta”

“Ante la violencia responde. Reforma Código Penal¡Ya!”.

1983

PSOE

Instituto de la Mujer

-Despenalización del aborto en tres supuestos.

- Se crítica la falta de atención a las maltratadas.

-Jornadas sobre sexualidad.

-    

 

1984

Datos denuncias

Ratifica Convención 79

Equiparación maltrato ente cónyuges falta

Lidia Falcó Entrega en NY informe sobre violencia.

Enfoque legal.

 

1985

Despenalización tres supuestos aborto.

Conferencia Mundial de Mujeres ( Nairobi).

Jornadas  de 10 años de feminismo.

Análisis legal y reivindicativo.

 

1986

Referendum OTAN

Campañas antimilitaristas. Violencia en Guerras.

Grupos Antiagresiones.

 

1988

Fuerte conflictividad Social

Jornadas Feministas contra la violencia machista.

 

1989

Reforma del Código Penal

Movilizaciones por la reforma Código. (Sentencias)

 

1993

ONU. Los derechos de la Mujer como Derechos Humanos

Jornadas feministas

(silencio sobre el tema)

1995

- Asesinato de las Niñas de Alcaser. (penalizadoras)

- Reality Shows.

- Reforma del Código Penal.

- Conferencia Mundial de mujeres (Beijin)

Debate sobre reforma. Acoso, y violación.

1996

PP

Campaña de F. Separadas, contra 3 diputados.

1997

Asesinato Ana Orantes.

Parlamento Europeo: Tolerancia 0

 

 

1998

-Boom mediático

-Tregua de ETA

- Convocatoria los días 25

- Derechos Humanos de las mujeres.

¬    Campaña Tolerencia 0

¬    Terrorismo doméstico

1999

Ley 11/99, Reforma Código  (alejamiento, psíquico)

-25 de noviembre: Acción Camas a la calle.

- Manifiestos grupos de hombres.

-Campaña lazo blanco.

 

2000

- Ley de prevención de malos tratos y de protección a las mujeres maltratadas de Bono

-Indulto a Tani

Jornadas Feministas

-No hablar de los agresores, ayudas a maltratadas; medidas preventivas y medidas cautelares

-Rehabilitación maltratador

 

 

 

 

 

AÑO

Situación

Código penal

M.F

1875

Franquismo

Año internacional de la mujer.

1 Jornadas por la liberación  (clandestinas)

1978

Democracia

Igualdad formal, despenalización adulterio y anticonceptivos

1° 8 de Marzo

1979

 

Convención para la eliminación de toda forma de Discriminación

Jornadas Feministas en Granadas

1981

UCD

Separación y divorcio

Cambio Código Civil

Jornadas sobre el derecho al aborto.

1983

PSOE

Instituto de la Mujer

-Jornadas sobre sexualidad.

-Despenalización del aborto en tres supuestos.

- crítica es que no se atiende a las maltratadas.

1984

 

Datos denuncias

Ratifica Convención 79

Equiparación maltrato ente cónyuges falta

Lidia Falcó Entrega en NY informe sobre violencia.

Enfoque legal.

1985

 

Despenalización tres supuestos aborto.

Conferencia Mundial de Mujeres ( Nairobi).

Jornadas  de 10 años de feminismo.

Análisis legal y reivindicativo.

1986

Referendum OTAN

 

Campañas antimilitaristas. Violencia en Guerras.

Grupos Antiagresiones.

1988

 

 

Jornadas Feministas contra la violencia machista. (Ninguna agresión sin respuesta)

1989

 

Reforma del Código Penal

Movilizaciones por la reforma Código. (Sentencias)

1993

 

ONU. Los derechos de la Mujer como Derechos Humanos

Jornadas feministas (silencio sobre el tema)

1995

 

- Asesinato de las Niñas de Alcaser. (penalizadoras)

- Reality Shows.

- Reforma del Código Penal.

- Conferencia Mundial de mujeres (Beijin)

- Debate sobre reforma. Acoso, y violación.

1996

PP

 

- Campaña de F. Separadas, contra 3 diputados.

1997

 

Asesinato Ana Orantes.

Parlamento Europeo: Tolerancia 0

Lobby Europeo Campaña Tolerencia 0

1998

 

-Boom mediático

-Tregua de ETA

- Convocatoria los días 25

-Celebración 25 noviembre

- Derechos Humanos de las mujeres.

1999

 

Ley 11/99, Reforma Código  (alejamiento, psíquico)

-25 de noviembre: Acción Camas a la calle.

- Manifiestos grupos de hombres.

-Campaña lazos blancos.

2000

 

- Ley de prevención de malos tratos y de protección a las mujeres maltratadas de Bono

-Indulto a Tani

Jornadas Feministas

-No hablar de los agresores, ayudas a maltratadas; medidas preventivas y medidas cautelares

-Rehabilitación maltratador

 

 



[1] Nos gustaría agradecer a las amigas y compañeras feministas, de aquí y de allá, sus críticas y comentarios a los artículos anteriores: “El cuerpo contra-puesto. Discursos feministas sobre la violencia” (2001) y “Gobiernar de la violencia. Apuntes para un análisis de la rearticulación del patriarcado” (2002) de los cuales este texto es deudor, véase también en: www.cholonautas.edu.pe/genero.htm. Así mismo, nos gustaría destacar la posición desde la que escribimos este texto, a caballo entre el activismo feminista, iniciado en la década de los 80 en la Coordinadora de Organizaciones Feministas del Estado Español, y la emergencia de los Estudios de la Mujer en la academia.

[2] Con respecto a esta alianza véase el debate entre Butler y Fraser en la New Left Review, edición en castellano, 2000, nº 0, 126-155 y nº 2, 109-122 y 123-136.

[3] Con la denominación genérica de “violencia contra las mujeres” tratamos de evitar el uso de la acuñada descripción institucional de “violencia doméstica o familiar” que, definida a partir del I Congreso de Organizaciones Familiares (1987), oculta a los sujetos y raíces de las agresiones, y connota el espacio de “lo doméstico” como el espacio de “lo privado”, suscitando la necesidad de una solución intrafamiliar.

[4]  Reflexionando acerca de las limitaciones del discurso feminista en el análisis del poder en relación a los cuerpos, Susan Bordo se refiere al feminismo de finales de los 60 y de los 70 utilizando la metáfora del territorio colonizado. "Dicha imaginación acerca del cuerpo femenino era la de un territorio socialmente conformado e históricamente 'colonizado', no la de un lugar de autodeterminación individual. Aquí, el feminismo invirtió y transformó la vieja metáfora del 'cuerpo político', que se encontraba en Platón, Aristóteles, Cicerón, Séneca, Maquiavelo, Hobbes y tantos otros, por una nueva metáfora: 'la política del cuerpo'. En la vieja metáfora del cuerpo político, el estado o sociedad era imaginado como un cuerpo humano, con diferentes órganos y partes que simbolizaban diferentes funciones, necesidades, componentes sociales, fuerzas, etc. (...) Ahora, el feminismo imaginaba el propio cuerpo humano como una entidad inscrita, con una fisiología y una morfología conformada y marcada por historias y prácticas de restricción y control que iban desde el vendaje de los pies y el encorsetamiento hasta la violación y el maltrato, desde el mandato de la heterosexualidad, a la esterilización forzada, el embarazo no deseado y (en el caso de las esclavas afroamericanas) la mercantilización explícita" (1999:251).

[5] Un referente central de la política feminista del cuerpo es la crítica a las categorías del pensamiento occidental, y en lo que al cuerpo se refiere, al desarrollo de la privacidad. El cuerpo moderno, progresivamente diferenciado del cuerpo medieval y posteriormente del renacentista, es una construcción sociohistórica estrechamente vinculada con el capitalismo burgués y con el desarrollo de la privacidad. El cuerpo entra a formar parte del reducto íntimo de la subjetividad e íntimo equivale en este contexto a privado. Se erige en torno suyo una de las fronteras nucleares de la identidad, un territorio blindado del «yo» al que sólo se accede al compartir las experiencias en las que está involucrado (de la sexualidad, la lactancia, y en otro orden de cosas, de la enfermedad) (Bajtin 1974). El cuerpo pasa a ubicarse, según disposiciones y movimientos voluntarios, en el mundo exterior. Este proceso de individuación y adiestramiento disciplinario del cuerpo se efectúa en el lenguaje. Entre otras cosas, se evita hablar de ciertas partes del cuerpo para las que se utilizan eufemismos, cuando se alude al cuerpo es de manera funcional y con un valor caractereológico o explicativo, se privatizan o restringen las conversaciones sobre asuntos que conciernen al cuerpo desorganizado y poco dispuesto. El cuerpo se transforma en un asunto íntimo y oculto, revelado en la medida en que adquiere una función expresiva o entra en un intercambio mediado por las tecnologías del poder-saber (Foucault 1998).

[6] Teresa de Lauretis (1987, 1992) siguiendo a Charles Pierce caracteriza la semiosis como el circuito de producción de percepciones, acciones y significados en el que interviene no sólo la transmisión recursiva de conocimientos, sino componentes corporales y energéticos, afectos que se articulan, interactúan y proliferan en tiempos y espacios específicos que los sujetos transforman en agencia o capacidad específica de intervenir en la vida social- "Asentar la semiosis en la encarnación –sostiene F. García Selgas– hace que para que algo funcione como signo sea necesario, entre otras cosas, una agente cuya configuración/asimilación experiencial de la práctica social permita la realización del significado" (1994:521-522).

[7] Tal y como explica Alisa del Re (1997), las políticas sociales que parecen beneficiar a las mujeres como por ejemplo las que atañen a la protección de la maternidad son, en muchos casos, dispositivos de control directo sobre su propio cuerpo. Se trata de falsos derechos, "por ejemplo, en el caso de las leyes de protección de la maternidad, el que es protegido es el niño que va a nacer o ya ha nacido. El primer derecho de protección para las mujeres es poder decidir ser o no ser madre sin arriesgar su vida, es decir, disponer libremente de su cuerpo; tal vez sea útil recordar aquí la simultaneidad –a principios de siglo– de la ampliación de las leyes de protección de la maternidad y la permanencia de leyes perversas contra el aborto y la contracepción".

[8] Animado por el rechazo que generó el intento de Naciones Unidas de institucionalizar el conflicto planteado por el feminismo proclamando 1974 como Año Internacional de la Mujer, el naciente movimiento de mujeres celebró en diciembre de 1975 las primeras Jornadas Nacionales por la Liberación de la Mujer, durante las que se produjo la primera escisión entre el Movimiento Democrático de Mujeres y el Colectivo Feminista. Todo ello en un contexto político marcado por la lucha antifranquista.

[9] Aunque su legalización no llegaría hasta 1979, su utilización se extendió en gran medida durante la segunda mitad de los 70. A partir de 1975-1976, el MF planteó, junto con la consigna “libertad para los presos políticos”, la despenalización de los anticonceptivos y su gratuidad a cargo de la Seguridad Social. Los lemas "Anticonceptivos libres y gratuitos" y “Anticonceptivos para no abortar, aborto libre y gratuito para no morir” condensan los contenidos de esta etapa.

[10] Las modificaciones más importantes, cuya finalidad fue la de adaptar la legislación civil a los postulados constitucionales, vinieron a plasmarse en las Leyes 11/1981 y 30/1981, que supusieron, entre otras cosas, acabar con determinados artículos en materia de filiación, nulidad, separación y divorcio del Código Civil anterior tales como el Artículo 57 en el que se establecía: “la mujer debe obedecer al marido”.

[11] La llegada, en 1982, del PSOE al poder tras las terceras elecciones legislativas, y la presión ejercida por el MF sobre éste en relación al derecho al aborto llevaron a este partido a plantear una tímida Ley de Aborto en la que únicamente se despenalizaba su ejecución bajo tres supuestos.

[12] Gracias al empuje del MF en el Estado Español se pudo contactar con otros grupos de mujeres europeas y conocer los trabajos que se estaban llevando a cabo en Londres, donde a principios de los 70 ya se había abierto una casa refugio de mujeres golpeadas. A partir de aquel momento, se constituyen, a principios de los 80, los primeros gabinetes jurídicos y psicológicos de mujeres desde los que se abordan los problemas derivados de la violencia contra mujeres, niñas y niños, el abandono económico, los trastornos emocionales producidos por las rupturas familiares, el repudio social, etc.

[13] La aparición del Instituto de la Mujer abre una fuerte polémica en el seno del movimiento, que lo interpreta como una manifestación más del deseo del PSOE de institucionalizar la lucha de las mujeres (Ayllón 2000).

[14] Según una Fiscal de la Audiencia de Barcelona, “lo protegido en el concepto jurídico de violación no es la mujer en cuanto persona libre en su afectividad, sino como mero receptáculo potencial de maternidad” (Teresa Compte 1988:16)

[15] Hasta el momento la única fuente de datos son los Cuerpos de Seguridad del Estado. Sólo figuran las mujeres asesinadas en el acto, no contabilizándose las que fallecen en los hospitales posteriormente o las que se suicidan por esta causa. Tampoco existen datos acerca de las que sufren secuelas irreparables tanto psíquicas como físicas, como por ejemplo invalidez o esquizofrenia. Así mismo, no se publican cifras acerca de cómo la violencia afecta a niñas y niños.

[16] En diciembre de 1988 se celebraron en Santiago de Compostela las Xornadas Feministas Contra la Violencia Machista, acto previo a la huelga general del famoso 14-D y evento en el que se produjo una importante escisión en el seno del movimiento.

[17] En el plano institucional, los mensajes de los movimientos de mujeres habían calado y ese mismo año Naciones Unidas, en su Conferencia Mundial sobre los derechos humanos, reconoce los derechos de las mujeres como derechos humanos y elabora la famosa “Declaración institucional sobre la eliminación de todas las formas de violencia contra las mujeres”, en la que insta a los Estados a tomar medidas para erradicar los delitos “de puertas adentro”.

[18] Ley Orgánica 10/95 distingue entre agresión sexual y abuso sexual “sin violencia” y no se hace distinción entre violación y agresión sexual. También contempla como agresión sexual equiparable a otras la penetración con objetos y se tipifica, por primera vez, el acoso sexual.

[19] En Europa, en 1997, se pone en marcha la Campaña de “Tolerancia Cero” contra la violencia a las mujeres, acompañada de la iniciativa DAPHNE, con una dotación económica de 3 millones de euros. En el Estado Español, el III Plan de Igualdad de Oportunidades (1997-2000) propone medidas específicas para eliminar la violencia, y en este marco, el Consejo de Ministros aprueba en 1998 el I Plan de Acción Contra la Violencia Doméstica.

[20] Según Thomas Lemke (1998) la noción foucaultiana de gobierno presenta tres acepciones vinculadas; por una parte hace referencia a la conducción de la conducta: “una forma de actividad práctica que tiene el propósito de conformar, guiar o afectar la conducta de uno mismo y/o de otras personas” (de Marinis 1999, pp. 82-83); por otra, a una racionalidad política y, finalmente, a las tecnologías de gobierno.

[21] Tal y como explica de Marinis, “el welfarismo estaba animado en líneas generales por un deseo ferviente de estimular el crecimiento nacional y el bienestar general a través de la promoción de la ciudadanía social, la responsabilidad social y socialización de los riesgos (Rose/Miller 1992, p. 192). El neoliberalismo vendrá a romper con el welfarismo a varios niveles: al de las moralidades implicadas, de las explicaciones utilizadas y de los vocabularios vigentes (Rose/Miller 1992, p. 198) (1999, p. 92).

[22] Los datos muestran el aumento espectacular entre los años 1997 y 2000 de las mujeres asesinadas a manos de sus agresores una vez iniciados los trámites para su separación o presentado su denuncia por las agresiones. Véase, www.separadasydivorciadas.org.

[23] Tal y como explica Rose, “Los nuevos mecanismos modulados y programados por las autoridades políticas están siendo utilizados  para vincular los cálculos y las acciones de un heterogéneo conjunto de organizaciones, gobernándolas `a distancia´ a través de la instrumentalización de una autonomía regulada  (1997, p.37).

[24] Frente a lo que sugieren Alberdi y Matas (2002, pp. 62-67) en un reciente estudio sobre la violencia doméstica, donde argumentan a favor de la “desaparición del patriarcado como sistema básico de organización del poder social” que, sin embargo, persiste como un “código” que vive en las sociedades democráticas en las que políticamente ha triunfado la democracia y la igualdad de derechos entre los géneros, consideramos que el patriarcado, lejos de desaparecer, está rearticulando a marchas forzadas las modalidades de la opresión. En este sentido, la violencia de género como aspecto estructural del orden social no se ha deslegitimado sino que, por el contrario, se intensifica en un periodo reactivo que se manifiesta claramente en la materialidad de lo económico y lo simbólico (Marugán y Vega 2001). En este sentido, entendemos que se ha cerrado un ciclo en la actuación feminista frente al patriarcado, un ciclo que arranca de finales de los 60 y culmina en los 90 con la proliferación de las subjetividades contra-puestas, y se abre otro en el que el feminismo tiene que pensar cómo la globalización, por ejemplo, a través de fenómenos como la etnificación y feminización del mercado laboral o la supeditación de los Estados al dominio del capital, y los cambios en las formas de gobierno están trastocando los términos en los que hoy se ejerce el poder de los hombres sobre las mujeres.