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¡Desobedecer y desertar!
Debemos ser capaces de construir la resistencia a la guerra permanente

Luca Casarini (16-9-2001)

Lo que ha pasado el 11 de septiembre del 2001 en EEUU es una tragedia abominable. Una masacre es siempre una masacre, no debemos dejar de repetirlo. No hay “peros” que valgan. Es un previo que deberemos repetir durante mucho tiempo aún. La razón estriba enteramente en el hundimiento de las torres gemelas, porque eso ha pasado en Nueva York, en el corazón de lo que definimos globalmente como el “Imperio”. En el corazón de esa modernidad que, en adelante, en tiempos de guerra, se codifica como “civilización” por oposición a otra. Pero en tiempos de guerra, como se sabe, la propaganda es determinante.

Para nosotros, de siempre, toda masacre es un horror. Sea cual sea su lugar y sus causas. Los bombardeos “humanitarios” o el genocidio por hambre. Pero lo que hay por debajo o por encima de las ruinas, en medio de esa humareda acre y blanca en Manhattan, no nos impide ver mejor lo que, de Seattle a Chiapas, de Praga a Génova, habíamos imaginado: el Imperio, sus significaciones, lo monstruoso que porta en sí y que explota contra la humanidad.

Con el fin de Manhattan, se da el fin de toda ambigüedad, el fin de toda hilazón con los paradigmas pasados que definieron durante un siglo la dominación sobre este planeta. No hay más Estados-Nación, no hay más imperialismo amerikano, no hay más guerra bajo la forma en la que la habíamos conocido, no hay más sociedad abierta, no hay más “globalización con rostro humano”, no hay más “baja intensidad”. Lo que se pone en escena ahora es el Imperio global del neoliberalismo, la guerra global permanente, las compañías multinacionales de la seguridad planetaria. El concepto de ciudadanía está muerto y deja sitio al de un ejército global. Quien no es soldado no podrá ser ciudadano.

Habíamos definido el Imperio como esa tendencia que, en el seno de la globalización de los mercados, se diseñaba ante todo como necesaria, por encima incluso de eficaz. Nunca se ha visto un mercado sin gobierno, y para gobernar este planeta, así como el nuevo mecanismo de valorización capitalista, nuevas dimensiones han tomado forma permitiendo superar la crisis de los Estados-Nación. Hay una cosa sobre la que no nos hemos expresado de manera profunda: la guerra como característica estructural del Imperio.

Un Imperio que no es América, que es mucho más y va más allá. Es, por ejemplo, el Banco de América que gestiona las cuentas de Bin Laden, es Pakistan que valoriza su opio con el Central Bank, es la Taba Inc. vendiendo todas sus acciones a Wall Street algunas horas antes del ataque contra las torres, es Mc Donalds y Mc Donnell Douglas, es la bomba atómica de la India y el régimen equipados con armas por los americanos… Es la CIA y la sharia mezcladas y juntas. Eso es el Imperio. Eso es su constitución “mixta”. “Todos somos americanos” titularon inmediatamente los periódicos al día siguiente de la tragedia. Mientras que, por el contrario, lo que se demostró es que ya nadie más era “americano”, como nadie es “italiano” o “afgano”.

No es casualidad que la simplificación precisa para la propaganda de guerra haya debido apoyarse no sobre las nacionalidades, sino sobre las “civilizaciones”, buscando entrecruzar la religión con la política. Así la guerra se vuelve “santa” e inevitable. Bush habla de extirpar el mal exactamente igual que Omar, el jefe de los talibanes. Los dos sirven finalmente a la misma causa. La de la guerra permanente necesaria para reproducir el poder en la era de la globalización. Y así se confirma lo que Israel sabe desde hace tiempo, el estado de guerra: que “cada persona que tenga un uniforme se prepare…”.

Por todo esto, y contra ello, debemos ir a Nápoles y participar en la marcha hasta Asis (1). La Otan no es ya la “policía internacional” que habíamos conocido con la guerra del Golfo o la de Kosovo, es una corporación, una multinacional de la que, en poco tiempo, se podrán comprar acciones en Francfort o en Wall Street. Como lo son ya las otras corporaciones del terror, alimentadas por los petrodólares que circulan en las mismas bolsas. En adelante la guerra será “privada” y toda privatización destruye lo público. Ya no hay, y no la habrá, dimensión pública de la decisión ni los valores. Está la guerra, instalada y que se compra trozo a trozo. Los muertos y las masacres forman parte de esos “inconvenientes” de los que habla Berlusconi refiriéndose al hambre en el mundo y al Sida en la hora de la globalización.
En Nápoles y la marcha a Asis, debemos introducir conceptos como la desobediencia al Imperio de la Guerra, y como la deserción de tropas armadas de la guerra.

La deserción se castiga con la pena de muerte en tiempos de guerra y ya muchos y célebres comentaristas nos definen como colaboracionistas o, peor, cómplices del enemigo (2). Debemos combatir por la democracia y contra el Imperio y sus masacres. No será fácil. Pero es el único recorrido posible, como decía Luther King, para no ser devorados por una oscuridad en la que ya no se pueda ver estrella alguna.

Debemos redefinir nuestros objetivos, ser capaces de construir la resistencia a la guerra permanente, y hacerlo pensando en la humanidad, en el deseo de igualdad y de justicia. Tenemos a todo el mundo contra nosotros, Bush y Bin Laden. Se reirán en nuestras narices, agitando banderas y cantando himnos nacionales. Nos escupirán, nos acusarán de ser terroristas, pero nosotros debemos continuar. Debemos batirnos contra la pena de muerte y el superpoder de las corporaciones, contra los OGM y a favor de los derechos globales. Debemos seguir diciendo que el G8 es ilegítimo, así como su lógica, como la OMC y el FMI. Debemos y queremos. Desobedecer y desertar. Porque, como dice Marcos, esta no es la “lucha de clases”, sino la lucha por salvaguardar a toda la humanidad, en un mundo en el que no tiene sitio.

Casarini se refiere a las protestas en Nápoles contra la OTAN de septiembre y a la tradicional marcha pacifista a Asis, que este año tuvo un carácter especial por motivos obvios (NdT).

Entre las filas de los célebres comentaristas hispanos que manejan esos argumentos, hay que contar desde ahora con Gabriel Albiac, que se dedica a ello con especial énfasis desde El Mundo (NdT).

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