Bienvenidos a la ciudad más libre del mundo

Gianfranco Sanguinetti

Bolonia, 1977


'Bolonia es la ciudad más libre del mundo'

RENATO ZANGHERI, alcalde de Bolonia, 1977.

'La URSS es el Estado más democrático del mundo o

STALIN, 1939.

'Andad a predicarle al mundo chanzas"

DANTE, Paraiso, XXIX.

I

Compañeros,

La historia presenta pocos ejemplos de un movimiento de rebelión social de la profundidad del que comenzó en Febrero de 1977. Y ninguno en el que, sin estar todavía oficialmente en el poder, el partido estalinista haya combatido y tratado al proletariado en lucha de forma tan repugnante. Por primera vez en Occidente, un partido llamado comunista no sólo se propone organizar la derrota del proletariado, aun corriendo el riesgo de salir malparado -como en el 36 en Barcelona- sino que trata de triunfar directamente contra el proletariado, unido a la burguesía. Resulta útil decir tan simple verdad en Bolonia, la Disneylandia de nuestro estalinismo, aunque, precisamente por eso, también la roca fuerte del antiestalinismo revolucionario.

El partido llamado comunista no puede proclamar abiertamente que su programa de gobierno consiste en el mantenimiento por todos los medios de la esclavitud asalariada de la clase obrera, pero puesto que ha de ganar títulos de crédito ante sus aliados burgueses, ha de realizar forzosamente tal programa, reprimiendo y calumniando las luchas obreras. A fin de alcanzar el poder, los estalinistas italianos deben criticar en cierta medida a sus colegas de los países del Este, pero con las prisas, se ven obligados a hacer aquí exactamente lo que critican de allá. "Pluralistas" y "demócratas" con los patronos y policías con los obreros.

Si bien el proletariado ya no se hace ilusiones sobre las verdaderas intenciones del PCI, tampoco ha de sobrestimar la fuerza de dichos burócratas. Demasiado próximos al poder para no ser sus cómplices, pero no lo bastante como para recibir de él la fuerza y los beneficios que esperaban. Lo bastante alejados de la clase obrera para no ser seguidos, pero no lo suficiente para ser condenados por ella. ¡Los estalinistas italianos son los más engreídos de todos!

Por todas partes, en todas las fábricas de la alienación, estallan luchas contra el trabajo que los burócratas no logran ni impedir ni ocultar: los obreros se han dado cuenta de que "el reino de la libertad comienza, en realidad, solamente donde el trabajo impuesto por la necesidad acaba ytermina la obligación externa" (El Capital, libro 4). Por todas partes surgen las primeras formas de organización autónoma del proletariado, con delegados revocables por la base. Cuantas más luchas reprimen los estalinistas, más luchas han de reprimir, y las últimas ilusiones sobre su papel usurpado de "representantes" de la clase obrera se desvanecen cuando más las necesitan. En una palabra, el partido llamado comunista ya no tiene la fuerza de parecer lo que no es. Y dado que los estalinistas quieren mantener al proletariado prisionero de su lógica de dominio, el PCI se ha convertido en la Bastilla de la revolución italiana: si el proletariado la destruye, vencerá, y entonces podrá dar cuenta del resto de sus enemigos.

II

De lo que se trata ahora es de combatir la represión y no de lamentarse; no hemos venido para hacer retórica de la represión, sino para terminar con ella. El primer objetivo represivo ha sido siempre el poner el movimiento revolucionario a la defensiva. La retórica sobre la represión, al colocar el movimiento a la defensiva, hace el juego a la represión. En cambio, nuestra lucha contra ella ha de ser ofensiva, así como lo es la que llevamos contra todos los poderes de la sociedad de clases. Al combatir la represión, hemos de enseñar a todos quién la practica, y de qué diferentes modos lo hace. Reconocer y nombrar a todos nuestros enemigos es la condición previa para poderlos combatir victoriosamente y para aumentar las tropas de los obreros aliados. Es importante que, cuando se hable de la represión de las luchas, se mencione ante todo al PCI y a los sindicatos.

No olvidéis compañeros, que la violencia de la represión es inversamente proporcional a la violencia de las luchas y al numero de nuestros combatientes. Cuando son muchos los que infringen leyes y convenciones, nadie es castigado; y si las luchas limitadas son fácilmente reprimidas, las grandes y fuertes son premiadas con la victoria. Mientras la represión exista hay que combatirla volviendo a la ofensiva; pero hay que evitar que la represión actual se agrave, no con irrisorios llamamientos a los burócratas de Belgrado, sino generalizando la ofensiva, desencadenando nuevas luchas frente a las cuales las pasadas parezcan poca cosa. En estos momentos, cualquiera de nosotros puede ser arrestado o asesinado impunemente, pero conviene recordar que no se sale de un peligro sin peligro, y que, de ahora en adelante, no hemos de ser nosotros quienes temamos la represión sino los burócratas y los burgueses quienes teman nuestras luchas. Un movimiento que se impuso y creció siempre que atacó, sera derrotado si renuncia a tal estrategia.

Volver a la ofensiva significa: generalizar y radicalizar la insubordinación contra toda jerarquía, ejercitar nuestra creatividad destructiva contra la sociedad del espectáculo, sabotear las máquinas y la mercancía, saboteadoras de nuestras vidas, promover huelgas salvajes indefinidas, elegir delegados revocables en todo momento por la base, coordinar constantemente todas las luchas, no despreciar ningún medio técnico (radio, etc.) que pueda servir a la comunicación liberada, dar un valor de uso inmediato a todo lo que tiene valor de cambio (mercancía ... ), ocupar permanentemente las fábricas y los edificios públicos, organizar la autodefensa de los territorios conquistados; ¡música maestro!

Es difícil prever el tiempo que al Estado le queda de vida. Pero seguro que no aceptará ser destruido sin oponer resistencia. Mientras exista, el Estado se habituará a reprimir las luchas, sacrificando las ilusiones "liberales" y "democráticas" que le quedan. Nosotros, hemos de prepararnos para una represión mayor. Eso quiere decir que hemos de prepararnos para combatirla. Luchar contra la represión significa combatir, en cada ocasión que se presente y en cada lugar, contra las fuerzas que la dirigen. Los proletarios revolucionarios no deben esperar ninguna indulgencia de sus propios enemigos, y tampoco han de tener ninguna con ellos.

III

Hasta hoy, todas las medidas represivas, de la menor a la mayor, de la calumnia a los tanques, no sirvieron de nada al poder, puesto que no lograron impedir todo lo ocurrido. Pero no olvidemos jamás que el menor error cometido por el movimiento puede causarnos un daño irremediable. El escaso esclarecimiento teórico sobre una cuestión estratégica tal como la de las armas, puede producir muy graves efectos si no en seguida no es superado por la radicalidad misma del movimiento. Las armas se usan cuando todos están dispuestos a usarlas. Y todos estarán dispuestos a usarlas cuando su empleo sea indispensable. La cuestión no es táctica, sino estratégica; quien juega con las armas, juega con el Poder, y con el Poder no se juega: al Poder se le destruye.

Desde el punto de vista práctico, utilizar armas en una manifestación de veinte mil personas, donde sólo cien van armadas, no es solamente algo inútil, sino algo pernicioso: es exponer al fuego de la policía a miles de compañeros que no pueden defenderse. Los policías van todos armados, por lo cual, cuando deciden disparar, en nuestro campo, ocurre lo siguiente: los pocos que llevan armas no pueden ni defenderse, ni defender a los demás eficazmente, mientras que éstos han de formar bloque para defenderles, sin poseer todavia instrumentos de defensa adecuados.

Desde un punto de vista teórico, los pocos que van armados a las manifestaciones quieren constituir, o constituyen de hecho, un nuevo poder separado en el interior de un movimiento revolucionario que precisamente lucha contra todo poder separado. Y como tal, dicho poder está condenado. El recurso a las armas no es una cuestión abstracta o voluntarista, sino una concreta necesidad práctica que determinadas situaciones imponen, no a una parte sino a todo el movimiento revolucionario. Los compañeros que se afanan en conseguir un arma son ingenuos: cuando las armas son necesarias se cogen sencillamente al enemigo. Y no hay que dejar de lado la posibilidad de las provocaciones que el uso improvisado o inconsciente de las armas sirve en bandeja a la policía, oportunamente disfrazada. Si queremos combatir de verdad contra la represión, habremos de combatir contra lo que sirva de pretexto y que justifique la represión.

Ya que no somos indulgentes con nuestro enemigo, tampoco lo seamos con nosotros mismos; critiquemos sin piedad los errores que puedan resultar fatales para el conjunto del movimiento. La critica de las armas no puede prescindir de las armas de la crítica. La impaciencia por utilizar las armas a cualquier precio, retrasa en realidad el momento en que todo el proletariado recurrirá a ellas, porque anticipa la represión. Quienes se autocomplacen con el uso estúpido de las armas no son la parte más avanzada y más "dura" del actual movimiento revolucionario, sino la retaguardia de su conciencia teórica y estratégica.

En cuanto al terrorismo, hoy, en Italia, carece en absoluto tanto de utilidad como de justificación. El terrorismo jamás tuvo históricamente eficacia, salvo cuando una represión completa imposibilitaba cualquier otra forma de actividad revolucionaria; o sea, cuando una parte importante de la población se solidarizaba con los terroristas. Pero en este momento, en Italia, el movimiento actual ya ha logrado la simpatía de la clase obrera; mientras que el terrorismo, desde las bombas de piazza Fontana, ha servido siempre al poder, incluso cuando los servicios secretos no lo hablan promovido.

IV

Saber lo que no hay que hacer, es actualmente tan importante como saber lo que hay que hacer. En una época en que las ideas se vuelven peligrosas, tenemos que defender sobretodo, con la lucha, las ideas motrices de un movimiento al que naturalmente los estalinistas y burgueses acusan de carecer de ideas. Su posición se comprende, puesto que dichas ideas implican su propia negación. Y además, si de verdad tales ideas tuvieran tan poca importancia como intentan hoy hacer creer, seria incomprensible el hecho de que hayan dado vida a un movimiento tan vasto, profundo y prolongado. Y tampoco podría tener explicación el histerismo y el miedo de Cossiga y Berlinguer(1). Acusando a nuestro movimiento de no tener ideas, esa gente lo acusa realmente de no tener la incapacidad de pensar típica de ella.

Este movimiento significa, por el hecho de manifestarse como se manifestó, el rechazo definitivo de todos los partidos y de toda jerarquía. La crítica viva de todas las ideologías y de la política especializada, el rechazo del trabajo y del desempleo, el gusto por la comunicación libre y el diálogo, y en consecuencia, por la fiesta y el juego. ¿Cómo llegó a tanto? La protesta de la joven generación proletaria que se volvió revolucionaria, apenas pudo sustraerse a la jerarquía de los grupos y partidos con pretensiones extremistas, que desde el 68 fueron recuperándola y encarrilándola hacia el callejón sin salida del militantismo alienado. Al tanto, compañeros ¡impidamos por todos los medios que se formen otra vez entre nosotros jerarquías y grupúsicos con pretensión de dirigentes! Combatamos la impostura de los grupos "tardoleninistas" y neobolcheviques: el grado de autonomía real que sepamos alcanzar con relación a los cadáveres del pasado decidirá la suerte de nuestro movimiento. No necesitamos servicios de orden para saber lo que hay que hacer o no hacer, basta con nuestra inteligencia para comprender las necesidades de la situación. Los servicios de orden cometen siempre más abusos y errores que los que dicen impedir; su papel policial en el interior del movimiento reproduce de hecho un poder separado, contrarrevolucionarlo. Son la base para la creación de toda clase de jerarquía y se convierten en el instrumento de aquellos que ambicionan ser lideres, al no haber comprendido nada ni de este movimiento ni de la revolución social. La pasada experiencia y la teoría revolucionaria moderna nos enseñan que "la organización revolucionaria tuvo que aprender que ya no puede combatir la alienación bajo formas alienadas (Debord, La Sociedad del Espectáculo).

Lo que ahora hace falta, ya lo hacia en el inicio del proyecto revolucionario proletario: la acción autónoma de la clase obrera en lucha por la abolición del trabajo asalariado, de la mercancía, del Estado. Se trata de acceder a la historia consciente, de suprimir todas las separaciones y todo lo que existe independientemente de los individuos. El proletariado ya conoce a sus enemigos, y sabe que podrá combatirlos victoriosamente únicamente organizándose en Consejos Obreros. Los Consejos son manifiestamente la única solución, porque todas las demás formas de organización realizaron lo contrario de lo que proclamaban.

Compañeros, ¡sembremos viento y recojamos tempestades! Difundamos por todas partes, por todos los medios, radio, manifiestos, escritos, intervenciones, etc, estas consignas:

¡Abolición de la sociedad de clases!

¡Todo el poder a los Consejos Obreros!

¡El trabajo es el sabotaje de la vida, saboteemos el trabajo! ¡Destrucción de la sociedad del espectáculo! ¡La humanidad no será feliz hasta que el ultimo burócrata sea colgado de las tripas del ultimo capitalista!

¡Liberación inmediata de todos los detenidos!

¡La emancipación de los trabajadores será obra de ellos mismos o no lo será!

ASOCIACIÓN PARA LA PROPAGACIÓN DE LA EPIDEMIA DE LA RABIA CONTAGIOSA

Bolonia, 23 de septiembre de 1977.

ANEXO:

Definición mínima de organización revolucionaria

O mejor, para reconocer mejor las que lo son y las que no lo son

Considerando que el único fin de una organización revolucionaria es la abolición de las clases existentes por una vía que no comporte una nueva división en la sociedad, definimos como revolucionaria a la organización que actúa en consecuencia por la realización internacional del poder absoluto de los Consejos Obreros, formulado en las revoluciones proletarias de este siglo.

Una organización así, o presenta una crítica unitaria del mundo, o no es nada. Por crítica unitaria entendemos una crítica pronunciada globalmente contra todas las zonas geográficas donde están establecidas las diferentes formas de poder socioeconómico separado, e igualmente, una critica global de todos los aspectos de la vida.

Una organización así reconoce el principio y el fin de su programa en la descolonización total de la vida cotidiana; no aspira por tanto a la autogestión del mundo existente por parte de las masas, sino a su transformación ininterrumpida. Ello implica la crítica radical de la economía política, es decir, de la superación de la mercancía y del trabajo asalariado.

Una organización así se niega a reproducir en'su seno las condiciones jerárquicas del mundo dominante. El único limite a la participación en su democracia total lo pone el reconocimiento y la autoapropiación por parte de sus miembros de la coherencia de su crítica: tal coherencia ha de estar presente en la teoría crítica propiamente dicha y en la relación de ésta con la actividad práctica. Tal organización hace una crítica radical de toda ideología en tanto que poder separado de las ideas e ideas del poder separado. De forma que es al mismo tiempo la negación de toda pervivencia de la religión y del actual espectáculo social que, de la información a la cultura de masas, polariza la comunicación entre los individuos en torno a una recepción unilateral de las imágenes de su actividad alienada. Su critica disuelve toda 'ideología revolucionaria" desenmascarándola como distintivo del fracaso del proyecto revolucionario, como propiedad privada de nuevos especialistas del poder, como impostura de una nueva representación que se sitúa por encima de la vida real proletarizada.

Siendo la categoría de la totalidad juicio en última instancia de la organización revolucionaria moderna, ésta es, finalmente, una critica de la política. Debe aspirar explícitamente, en su victoria, a su propio fin en tanto que organización separada.



 

archivo situacionista 

1. Francesco Cossiga, democristiano, ministro del interior en 1976. Dimitió de su cargo tras la muerte de Moro para presidir el gobierno, el senado y la República, sucesivamente. Enrico Berlinguer, secretario del partido comunista italiano, fallecido en 1984.